sábado, 26 de marzo de 2016

Cuando Fidel fue a Harvard

Traducción y Comentario de Jorge Contreras
En este interesante artículo el autor Joseph A. Bosco, comenta sobre las recientes declaraciones de Raúl Castro y nos recuerda declaraciones de su hermano Fidel. En ellas,
se muestra claramente que el gobierno Cubano mantendría una postura política dictatorial invariable al paso de los años. Y que conceptos como soberanía, libertad y derechos humanos, para Cuba son conceptos filosóficos diferentes a los de Estados Unidos, cuando deberían ser similares sino iguales. No pudiendo haber dos verdades contrarias, sobre la libertad por ejemplo, habría que preguntarle a los balseros que emigran de Cuba, ¿cuál de esas libertades para ellos, la Cubana o la norteamericana es falaz?.       

La reciente negación, alternativamente entre amable y desafiante, del dictador cubano Raúl Castro sobre  acusaciones de violaciones de derechos humanos, en la breve "rueda de prensa" con el presidente Obama en la Habana, me trajo a la memoria una actuación similar de su hermano, aquí en los EE.UU., probablemente en la única ocasión, en la que un Castro, se sometió a un somero cuestionamiento por extranjeros.

■  Fidel….
La primera ocasión fue en abril de 1959 cuando Fidel, el nuevo líder revolucionario de Cuba, visitó América. Él hizo una parada en Harvard donde, explico, "que era Harvard, el lugar donde se encontraba el espíritu militar real: con los estudiantes, no en los cuarteles." Por ello, muchos de nosotros quisimos verlo y escucharlo, en circunstancias que los auditorios de Harvard no podían albergar el evento. Su discurso, fue finalmente pronunciado en un anfiteatro construido fuera del estadio de Harvard y 10.000 estudiantes y residentes llenamos y cercamos toda la zona por atender el evento.

El decano McGeorge Bundy se disculpó con Castro debido a que la Universidad de Harvard había rechazado su solicitud una década antes. Fidel trasmitió su mensaje a través de un laberíntico monólogo, con un inglés quebrado y por más de una hora, mientras muchos de nosotros sin asientos, esperábamos cansados la oportunidad de hacerle preguntas. Cuando finalmente la oportunidad llegó, alguien confrontó a Castro por los informes de escuadras de fusilamientos asesinando a tiros a miembros de la derrocada dictadura Batista, así como a ciudadanos cubanos que criticaron su revolución.

Con una gran pancarta  que mostraba la insignia de “Harvard Veritas” en la plataforma delante de él, Castro negó las acusaciones y se burló de la pregunta, sugiriendo que era una fabricación de sus oponentes en la revolución. También citó el derecho del Estado Cubano de apelar a cualquier sentencia de tribunal civil en su contra. A pesar de las pifias a sus respuestas, cosa que me preocupo, al final, la multitud le fue abrumadoramente favorable, le dio a Fidel una ovación al final.

Cuando regresé a mi casa esa noche y compartí la emocionante experiencia con mi familia, mi pequeña hermana, aun en secundaria, me molestó cuando me dijo de manera cortante: "Oh, Castro sólo es un comunista." A lo que acudiendo a mi reciente adquirida superioridad de Harvard, le conteste que no sabía lo que estaba hablando. 
Luego de dos años, Castro se declaró marxista-leninista, proclamó "socialista" a Cuba y aliada de la entonces Unión Soviética.

Un año después de su visita, justo al final de la misma calle de Harvard, fuimos visitados por otra figura histórica cuyo destino estaría siempre unido a Castro y a Cuba. En su primer día, bronceado y guapo luciendo su sombrero de copa, el senador y candidato presidencial demócrata John F. Kennedy fue recibido por nosotros quienes esperábamos graduarnos.

Seis meses más tarde, el discurso inaugural de Kennedy, con su visión de los Estados Unidos presto a "pagar cualquier precio y a sobrellevar cualquier carga en defensa de la libertad", fue particularmente significativo para aquellos de nosotros que entrabamos al ejército después de la universidad.

Luego, el 19 de abril de 1961, nos llegó la desastrosa noticia de la invasión de Playa Girón, y el fracaso de Kennedy de proporcionar la cobertura aérea prometida a los exiliados cubanos que termino en la fatalidad de esta operación. Esto debilitó la seguridad en la administración y la confianza en Kennedy, y en los asesores militares y de inteligencia que había heredado de Eisenhower. Y también levantó dudas entre nosotros mismos.

El año siguiente, Cuba puso de nuevo a prueba el temple de Kennedy. Durante meses, su gobierno desestimó las advertencias públicas del senador Kenneth Keating de Nueva York, en el sentido de que la Unión Soviética estaba enviando armas a Cuba e incluso construía bases ofensivas de misiles. El 22 de octubre de 1962, el presidente se dirigió a la nación y reconoció la gravedad de la situación, en términos que eran a la vez inspiradores y escalofriantes: "La década de 1930 nos enseñó una lección clara: Si a la conducta agresiva, se le permite pasar inadvertida y no se da una respuesta, nos llevara a la guerra. El precio de la libertad es siempre alto, y los estadounidenses siempre hemos pagado su precio. A ello se une que, un camino que nunca vamos a elegir, es el camino de la entrega o de la sumisión".

Kennedy actuó con coraje y fría determinación durante las siguientes dos semanas y pareció  haber influenciado a Kruschov, aun a costa de una solución que implicaba que Estados Unidos no invada Cuba o derroque a Castro. La solución persuadió a los comunistas que no se permitiría más aventuras como la de la Bahía de Cochinos, sin importar lo mal que fueran las cosas para el pueblo cubano.

Nosotros aprendimos tarde que este episodio fuese la victoria americana que habíamos deseado. A cambio del retiro de los misiles soviéticos de Cuba, misiles estadounidenses se retiraron de Turquía e Italia, algo que Moscú había exigido en vano por largo tiempo y que ahora obtenía.

Dos meses más tarde, Kennedy hizo otro de sus discursos de agitación, esta vez a la comunidad cubano-americana de Miami, que le hizo entrega de la bandera de la invasión de la brigada cubana. El presidente censuró el "estado policial" implantado por Castro y le dijo a su audiencia: "Les puedo asegurar que esta bandera será devuelta a su brigada en una Habana libre".

Menos de un año más tarde, alguien se precipitó en nuestra clase de derecho administrativo y le entregó una nota al profesor. Impactado y asombrado, el profesor nos dijo que el presidente había sido asesinado y que daba por terminada la clase. Quedamos impactados, ya fuera de la sala de conferencias, le comente a un amigo, que el asesinato en Dallas habría sido un acto "producto de algún complot de derecha." Pronto descubriríamos que Lee Harvey Oswald era en realidad un fanático de izquierda, un pro-soviético, y pro-Castro.

Sentí la necesidad de hacer una visita a la iglesia católica de St. Paul. Está situada a medio camino entre el campus de Harvard, donde, tres años antes, vi a JFK en persona por primera y única vez; y el estadio de la Universidad de Harvard, donde, un año antes, Fidel Castro, el héroe revolucionario de Oswald, nos había distraído con su desafiante cuento de la “liberación cubana".

■  Ahora Raúl…
Raúl Castro habló con entusiasmo de los frutos de la liberación ante la visita de Obama. "No vamos a limitarnos a hacer presión en lo que respecta a nuestros asuntos internos. Nos hemos ganado ese derecho soberano con grandes sacrificios y a costa de grandes riesgos", citó en el diario del Estado de Cuba.

En realidad, la actuación pública de Raúl en La Habana este fin de semana, demuestra lo poco que la dictadura de esta familia ha cambiado.

El presidente Obama dice que por esta realidad, es qué se necesitaba un cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Raúl nos ofreció una prueba inmediata de su nueva política: le pidió a un molestoso reportero cubano-estadounidense, que le proporcione una lista de los presos políticos detenidos por Cuba, que de ser cierto, serían puestos en libertad a la puesta del sol.

El sol se puso ya y ha resucitado un par de veces desde entonces y no ha habido informes de dichas liberaciones, ni siquiera el presidente Obama se ha dirigido al Departamento de Estado para aceptar las declaraciones de Castro (o si estas constituyen un engaño más, o si se consideran en términos populares un farol).




[1] Joseph A. Bosco trabajó en la oficina del secretario de Defensa, 2002-2010.

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