"Algunos momentos
Para bien o para mejor
Nos marcan para toda la vida"
Mis recuerdos de casa….
Era el año de 1940,
por ese entonces vivíamos en familia, en una pequeña granja avícola en lo que
hoy día es el distrito de Santiago de Surco. A mis cinco años, la casa con sus
muros de adobe y jardines, me parecía enorme, era un espacio en el que podiamos
corretear libremente.
Mi familia la conformaban
mi padre, mi madre, mis tres hermanas y yo Clara. Entre mis hermanas, yo era la
tercera, primero estaba Esther, luego venia Betina y detrás mío seguía Mercedes
aún pequeña. 
Mirando desde la casa
hacia el campo se podian apreciar los corrales. A la derecha los gallineros, a la izquierda las pateras, entre las dos paredes
un terreno de más de un kilómetro de
largo cubierto de un hermoso pasto, donde vacas y becerros pasteaban. En este
pastizal me encantaba introducirme,
y en el solía perderme de vista caminando en el pasto, recorriendo los corrales,
observando los pollitos por un lado y a los patitos por otro, recuerdo
claramente que los graznidos de los patos y los cacareos de gallos y gallinas y pollitos me
asustaban.
La temporada de
colegio
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Fue en abril en que
mis hermanas partieron al colegio María Auxiliadora de Barranco, en que comence
a llorar desconsoladamente pidiendo ir a la escuela. Durante unas semanas, mi
llanto y diaria intransigencia se
fueron convirtiendo en tortura para mis padres y hermanas. Recuerdo que mis hermanas, Esther y
Betina trataban de levantarse, desayunar y salir hacia el colegio con el mayor
sigilo posible, y sin embargo allí estaba yo, casi a diario, gritando por
acompañarlas sin que nadie pudiera calmar mis arrebatos.
Un día de mayo, mi mamá,
desesperada por mis llantos diarios, le consultó a Florinda Campodónico, la directora
del colegio, sobre mis deseos de ir a la escuela y esta le contestó que sí, que
podía ir, y que para ello hablara con Esperanza, la profesora de kinder y también
hermana de Florinda. Entre las dos le aseguraron a mi mama que me pondrían como
“alumna libre” del Kinder (probablemente hasta que me aburriera). Así que
grande fue mi sorpresa y mayor mi felicidad, cuando mi mamá me dijo “….bueno hijita ahora vamos a ver
que ropita te vas a poner pues desde mañana irás a la escuela con tus hermanas….”
El Sismo
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Entonces fue a eso de
las 1135 horas, en que un sonido muy fuerte, ensordecedor nos sorprendió a
todos y luego todo comenzó a temblar, los lapices y colores cayeron por los
suelos y los muebles no dejaban de temblar, los vidrios del tragaluz vibraban y
caían, algunas de las tejas del techo cayeron, y de entre los techos salia
polvo y tierra. Sentí que alguien me
cargaba y que ibamos saliendo al patio y a los jardines. Fue la primera vez que
escuche la palabra “terremoto”. Mi profesora indicaba que dejaramos todo, que
aún los lapices podrían dañarnos, pidió que se apartarten del tragaluz, que los
vidrios podian cortar al caer. Luego nos guió a salir en columna, agarrados de
la mano, caminando calmadamente hacia afuera. Una vez afuera, unos en el patio y
otros en los jardines, vi que las aves levantaban vuelo asustadas, y poco a poco, nos
fuimos encontrando entre mis hermanas. Una vez todos juntos, -nos pidieron no soltar la
mano a los mayores,- y que esperemos a que todo pase.
Los momentos
finales…
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Esperanza la
profesora, en medio de todo el tumulto, calmó a los padres que llegaban y les
pidió que sin apresuramiento nos
dieran el encuentro. Fue alli donde Esther mi hermana mayor se encontró con mi mamá, quien al vernos nos abrazó dando
gracias a Dios que no nos haya ocurrido nada. Mi hermana Betina, sin embargo,
pasó por una experiencia mayor, al ver la caida de su salón quedo muy
asustada, estaba pálida y paralizada, no emitía sonido alguno, recuerdo que tuvieron que darle algo de beber para calmarla del susto. Finalmente todo paso y
con mi mama nos despedimos del colegio y nos fuimos caminando a casa para
reunirnos con mi papá. En la casa “todo se había caido”, ya no había casa ni
granja, las aves que sobrevivieron de los corrales estaban desperdigadas y espantadas, y nosotros tuvimos que irnos a la casa de la tía Esthercita.
Así fue que a los cinco años,
decidí dedicarme a enseñarle a los niños a no asustarse, a ayudar a los padres a enseñarle a sus hijos a que
no tengan temor a estas cosas, a que no les pase un susto como a mi hermana Betina,
a no temer a los sismos y terremotos, sino a afrontarlos de manera apropiada, porque son cosas muy comunes que se van a
repetir a menudo aquí en el Perú. Quizás ahora tomando en serio los simulacros y capacitándonos para actuar correctamente, preservando nuestra integridad y las cosas necesarias.
El terremoto de 1940 tuvó como
epicentro el Callao, marcó el fin de la arquitectura barroca y colonial de
Lima, en adelante las construcciones de adobe cambiaron a columnas y vigas de
acero. Hoy a mis 78 años de edad, en que escucho el alerta de defensa civil
ante las posibilidades de un sismo, recuerdo estas experiencias y alisto mi
mochila y otras cosas para salir si es necesario. Para algunos, esta
experiencia nos puede cambiar la vida en un segundo.
Por otra parte los peruanos tenemos
mucha capacidad para levantarnos y recuperarnos de las tragedias, en 1940 durante el gobierno del presidente
Prado Ugarteche, sufrimos el terremoto desvastador, sin embargo al año
siguiente (en 1941) salimos airosos de un conflicto bélico con Ecuador.
Referencias:
Algunas imágenes han sido tomasdas
de:
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