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lunes, 21 de octubre de 2013

El terremoto del 40 y una historia para estar prevenidos




 Por Clara Rios Rios, educadora, especialista en niños especiales           
           
"Algunos momentos
Para bien o para mejor
Nos marcan para toda la vida"


Mis recuerdos de casa….
Era el año de 1940, por ese entonces vivíamos en familia, en una pequeña granja avícola en lo que hoy día es el distrito de Santiago de Surco. A mis cinco años, la casa con sus muros de adobe y jardines, me parecía enorme, era un espacio en el que podiamos corretear libremente.
Mi familia la conformaban mi padre, mi madre, mis tres hermanas y yo Clara. Entre mis hermanas, yo era la
tercera, primero estaba Esther, luego venia Betina y detrás mío seguía Mercedes aún pequeña.  
Nuestra vida, discurría apacible, alegre y placentera. La casa y el terreno de la granja, tenían la forma de un  rectángulo, rodeado por paredes que definían los linderos.  La entrada, estaba adornada con una antigua reja de fierro forjado fijada al marco derecho de la puerta, pasando a través de la puerta, en el interior y a unos pocos metros de la entrada estaba nuestra casa, una señorial construcción de gruesas paredes, estas construcciones formaban con el terreno parte de una antigua hacienda, para mi recuerdo algo inmenso, muy, pero muy grande.
Mirando desde la casa hacia el campo se podian apreciar los corrales.  A la derecha los gallineros, a la izquierda las pateras, entre las dos  paredes un terreno de más de un kilómetro de largo cubierto de un hermoso pasto, donde vacas y becerros pasteaban. En este pastizal  me encantaba introducirme, y en el solía perderme de vista caminando en el pasto, recorriendo los corrales, observando los pollitos por un lado y a los patitos por otro, recuerdo claramente que los graznidos de los patos y los cacareos de gallos y gallinas y pollitos me asustaban. 

La temporada de colegio
Era marzo y las conversaciones y comentarios giraban en torno a la temporada escolar,  mis hermanas mayores esperaban con ansias el primer lunes del mes de abril, el primer dia de clases.  Mientras que mis ansias por acompañarlas chocaban con la negativa de todos y con mis 5 años de edad, años insuficientes para asistir al colegio.
Fue en abril en que mis hermanas partieron al colegio María Auxiliadora de Barranco, en que comence a llorar desconsoladamente pidiendo ir a la escuela. Durante unas semanas, mi llanto y diaria intransigencia  se fueron convirtiendo en tortura para mis padres y hermanas. Recuerdo que mis hermanas, Esther y Betina trataban de levantarse, desayunar y salir hacia el colegio con el mayor sigilo posible, y sin embargo allí estaba yo, casi a diario, gritando por acompañarlas sin que nadie pudiera calmar mis arrebatos.
Un día de mayo, mi mamá, desesperada por mis llantos diarios, le consultó a Florinda Campodónico, la directora del colegio, sobre mis deseos de ir a la escuela y esta le contestó que sí, que podía ir, y que para ello hablara con Esperanza, la profesora de kinder y también hermana de Florinda. Entre las dos le aseguraron a mi mama que me pondrían como “alumna libre” del Kinder (probablemente hasta que me aburriera). Así que grande fue mi sorpresa y mayor mi felicidad, cuando mi mamá me dijo “….bueno hijita ahora vamos a ver que ropita te vas a poner pues desde mañana irás a la escuela con tus hermanas….”  

El Sismo
Así pasaron tres semanas, en que estuve asistiendo a la escuela, hasta el día 24 de mayo, en que, como simpre fui la primera en despertar, me sentía feliz y asumiendo la actitud de una niña mayor me preparaba. Recuerdo que al llegar al  colegio, me hacían formar en la fila y muy seria, caminaba en formación hasta el aula. Mi salón era una habitación grande, de construcción antigua de techo muy alto, y al centro del techo había un tragaluz con vidrios de colores. Luego estaban las sillas y mesitas, en una de las paredes colgaba un gran pizarrón, y delante de este, el escritorio de la profesora y un atril como se acostumbraba en aquellos días.  Mis primeras tareas consistieron en garabatear con colores las hojas que me daba la maestra, algunas redondelas y uno que otro palote.
Entonces fue a eso de las 1135 horas, en que un sonido muy fuerte, ensordecedor nos sorprendió a todos y luego todo comenzó a temblar, los lapices y colores cayeron por los suelos y los muebles no dejaban de temblar, los vidrios del tragaluz vibraban y caían, algunas de las tejas del techo cayeron, y de entre los techos salia polvo y tierra.  Sentí que alguien me cargaba y que ibamos saliendo al patio y a los jardines. Fue la primera vez que escuche la palabra “terremoto”. Mi profesora indicaba que dejaramos todo, que aún los lapices podrían dañarnos, pidió que se apartarten del tragaluz, que los vidrios podian cortar al caer. Luego nos guió a salir en columna, agarrados de la mano, caminando calmadamente hacia afuera. Una vez afuera, unos en el patio y otros en los jardines, vi que las aves levantaban vuelo asustadas, y poco a poco, nos fuimos encontrando entre mis hermanas. Una vez todos juntos, -nos pidieron no soltar la mano a los mayores,-  y que esperemos a que todo pase.

Los momentos finales…
Asustados por el ruido de la tierra, los gritos de algunos niños y las carreras de la gente, recuerdo que había pasado el temblor y comenzaron a llegar a la escuela algunos adultos, casi todas eran nuestras mamás pidiendo a gritos vernos, para encontrase con nosotros, con sus hijos (en ese tiempo no había portero, ni vigilancia y todos podían entrar a la escuela).
Esperanza la profesora, en medio de todo el tumulto, calmó a los padres que llegaban y les pidió  que sin apresuramiento nos dieran el encuentro. Fue alli donde Esther mi hermana mayor se encontró con mi mamá, quien al vernos  nos abrazó dando gracias a Dios que no nos haya ocurrido nada. Mi hermana Betina, sin embargo, pasó por una experiencia mayor, al ver la caida de su salón quedo muy asustada, estaba pálida y paralizada, no emitía sonido alguno, recuerdo que tuvieron que darle algo de beber para calmarla del susto. Finalmente todo paso y con mi mama nos despedimos del colegio y nos fuimos caminando a casa para reunirnos con mi papá. En la casa “todo se había caido”, ya no había casa ni granja, las aves que sobrevivieron de los corrales estaban desperdigadas y espantadas, y nosotros tuvimos que irnos a la casa de la tía Esthercita.

Así fue que a los cinco años, decidí dedicarme a enseñarle a los niños a no asustarse, a ayudar a los padres a enseñarle a sus hijos a que no tengan temor a estas cosas, a que no les pase un susto como a mi hermana Betina, a no temer a los sismos y terremotos, sino a afrontarlos de manera apropiada, porque son cosas muy comunes que se van a repetir a menudo aquí en el Perú. Quizás ahora tomando en serio los simulacros y capacitándonos para actuar correctamente, preservando nuestra integridad y las cosas necesarias. 

El terremoto de 1940 tuvó como epicentro el Callao, marcó el fin de la arquitectura barroca y colonial de Lima, en adelante las construcciones de adobe cambiaron a columnas y vigas de acero. Hoy a mis 78 años de edad, en que escucho el alerta de defensa civil ante las posibilidades de un sismo, recuerdo estas experiencias y alisto mi mochila y otras cosas para salir si es necesario. Para algunos, esta experiencia nos puede cambiar la vida en un segundo.

Por otra parte los peruanos tenemos mucha capacidad para levantarnos y recuperarnos de las tragedias, en 1940 durante el gobierno del presidente Prado Ugarteche, sufrimos el terremoto desvastador, sin embargo al año siguiente (en 1941) salimos airosos de un conflicto bélico con Ecuador.

Referencias:
Algunas imágenes han sido tomasdas de:

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