Por Marcelino Aparicio
Tomado de Diario El peruano
Hace 131 años partía a la inmortalidad
después de ofrendar su vida en busca de una cura para “la fiebre de La Oroya”,
que mató a más de 10,000 peruanos en el siglo XIX. El mártir de la medicina, Daniel Alcides
Carrión García, nació en Cerro de Pas-co el 13 de agosto de 1857. Fueron sus
padres don José Baltasar Carrión, médico nacido en Loja, Ecuador, y doña
Dolores García Navarro, oriunda de Quiulacocha, caserío de Cerro de Pasco.
Daniel Alcides falleció 38 días después
de inocularse el mortal virus. “Dejó este mundo víctima de su temerario arrojo.
Su objetivo era estudiar el mal en su propio cuerpo y encontrar cura para esta
terrible endemia”, se lee en la prensa de la época.
Presente
en la guerra
Hacia 1885, el país acababa de salir de
la infausta Guerra del Pacífico (1879-1881), en la que Carrión participó
asistiendo a los soldados heridos en el frente de batalla. El héroe fue
practicante de cirugía.
Una
profesión de servicio
“Nosotros, como Colegio Médico del Perú,
recogemos el mensaje de Daniel Alcides Carrión y hacemos recordar a todos los
médicos que esta es una profesión de servicio. Eso es básico. Y tener amor a la
patria, dando un tiempo también a la salud pública”, dijo el decano del CMP,
Miguel Palacios Celi. Esta semana, dicha institución distinguió a diversos
profesionales, entre ellos el médico Juan Chunga Chunga, especialista en frenología,
una rama de la medicina que estudia el estado de las venas. Él destacó que hoy
Carrión guía a los estudiantes de medicina. “Carrión es ícono de los médicos y
patrono de la medicina peruana. Es uno de los peruanos más importantes de la
historia”.
La enfermedad de Carrión, fiebre de La
Oroya o verruga peruana es una enfermedad infecciosa cuyo agente etiológico es la bacteria Bartonella
bacilliformis.
Por aquel tiempo, él estudiaba en la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y
cumplió su deber de defender a la patria en los momentos más dramáticos.
Luego del conflicto, se dedica al estudio
de la verruga. A finales del siglo XIX, durante la construcción del Ferrocarril
Central de Lima a Huancayo y Cerro de Pas-co, se declaró una epidemia
caracterizada por fiebre alta, anemia y gran mortandad entre los obreros que
trabajaban en la obra.
Plaga
sin cura
Durante su martirologio hace
observaciones sobre la naturaleza y síntomas del mal. Sus investigaciones permitieron
atacar la enfermedad con eficiencia y salvar vidas.
En total fueron nueve las historias
clínicas que elaboró mientras “la fiebre de La Oroya” minaba su cuerpo.
Teodoro, hermano menor de Carrión, lo
asistió en aquellos momentos de dolor, mientras su madre permanecía en Cerro de
Pasco, acongojada por las trágicas noticias que llegaban desde Lima.
En la agenda médica que recoge los
momentos dramáticos del sacrificio de Carrión se lee: “A las 11 a. m. del
cuarto día de la inoculación nos manifestó su deseo de ser trasladado al
Hospital Francés para practicarle una transfusión sanguínea, dada la gravedad
de su estado”.
“Procedimos a vestirlo y lo colocamos en
un sofá mientras se preparaba la camilla en que debíamos conducirlo. Pide un
cigarro. Lo fuma tranquilamente”.“Al anunciarle que todo estaba listo, se
dirige al señor Yzaguirre, alumno del primer año de medicina, con estas palabras
solemnes: ‘Aún no he muerto, amigo mío. Ahora les toca a ustedes terminar la
obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado’”.
Anotaciones
finales
En una de las últimas anotaciones se lee:
“A las once de la noche sintió gran decaimiento y postración. Media hora
después padece fuertes escalofríos, cortos y repetidos. Su estado es muy
grave”.
Los médicos que lo asistían descubrieron
manchas violáceas en su pecho, mientras que el rostro se llenó de puntitos
carmesíes. “Tengo sed”, gimió el héroe
en los momentos finales.
Minutos después, falleció. Era el 5 de
octubre de 1885.
Solemne y dolida fue la ceremonia que
precedió a su última morada. Asistieron sus condiscípulos de la UNMSM, maestros
y el pueblo.
En su recorrido, el cortejo fúnebre pasó por la plazuela de la Inquisición (hoy
plaza Bolívar, frente al Congreso de la República) hasta el cementerio Presbítero
Maestro, en los Barrios Altos. Al año siguiente de su sacriicio, la Sociedad Médica
Unión Fernandina le tributa solemne homenaje.
En 1887, se le erige un mausoleo donde
descansan sus restos. Al mismo tiempo, la importante revista de la época, Perú
Ilustrado, le dedica su portada en reconocimiento a su abnegada labor.
Bertilo Malpartida Tello en su libro
sobre Carrión afirma: “Era de buena figura nuestro héroe. Valiente. Ofrendó su
vida en aras de la ciencia. No fue para con-seguir bienes materiales ni
panegiristas; lo hizo para proteger a la humanidad doliente”.
Datos
●
Otros médicos peruanos notables son Hipólito Unanue,
Cayetano Heredia, Casimiro Ulloa, José Corpancho y Santiago Távara (cirujano
mayor del monitor Huáscar).
●
En el siglo XVIII, Unanue inició la reforma de la
educación médica: fundó el primer Anfiteatro Anatómico y el Real Colegio de
Medicina y Cirugía de San Fernando (1808).
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Cayetano Heredia (Catacaos, 1797) fue rector del
Colegio de la Independencia, donde dictó clases de 1843 a 1856. Organizó los
estudios de su especialidad y creó la Facultad de Medicina en 1856.
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