La masonería tuvo una gran influencia en la gestación de la
Junta de Gobierno que los mexicanos concretaron el 16 de setiembre de 1810,
cónclave que hizo posible el camino a la independencia nacional del Virreinato
de Nueva España, fundado por Real Cédula de 1-01-1535, del rey Carlos I de
España, instaurándose oficialmente el 8 de marzo del mismo año. El primer virrey
fue Antonio de Mendoza, nombrado por Real Cédula de 17-04-1535, expedida en
Barcelona, y, asimismo, presidente de la Real Audiencia de México. Fue, en
consecuencia, el primer virreinato en el Nuevo Mundo.
Primeras Logias
Masónicas
México también vio las primeras logias masónicas informales
en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo algunas de ellas partidarias del
autonomismo y otras pro independentistas. Situación análoga a lo que ocurría en
los virreinatos del Río de la Plata, de Nueva Granada y de Nueva Castilla
(Perú). En verdad, eran logias especulativas y simbólicas que funcionaban bajo
el secreto y la clandestinidad de las oscuras noches, en las cuales los
hermanos masones dialogaban sobre las ideas ilustradas, y su posible aplicación
en el continente hispanoamericano.
Ello fue razón suficiente para que el Santo Tribunal de la
Inquisición instaurado en 1571 persiguiera y condenara a los masones de acuerdo
con las bulas pontificias, sin posibilidad de probar nada por ambas partes –el
acusado, su inocencia, y la Iglesia, la culpabilidad del reo–, por la carencia
de pruebas fehacientes (documentos) y solo se limitaba a las declaraciones de
falsos testigos o dudosos indicios. Uno de estos insólitos autos de fe fue el
de 1791, cuando el Tribunal condenó colectivamente a los masones de la Logia
San Juan Bautista. La mayoría de ellos, de origen francés, huyeron de los
jacobinos (Robespierre y la guillotina creada en 1792, por el médico y diputado
francés, Joseph Ignace Guillotin, 1738-1814) y habían llegado a México, en la
comitiva del virrey, como fue el caso del cocinero Juan Laussel, entre otros.
Sin embargo, los hermanos masones y los patriotas eran
obstinados y estuvieron dispuestos –muchos de ellos– a perder la vida, fortuna
y familia por sus ideales. Aspiración que dio cabida a la confusión entre
sociedades patrióticas y logias masónicas hispanoamericanas, como fue en Argentina,
entre la Sociedad Patriótica fundada por los seguidores del prócer Mariano
Moreno Valle y la Logia Lautaro, levantada por José Francisco de San Martín y
Matorras.
A pesar de que no hay documentos oficiales que nos sirvan
para verificar la condición masónica de los curas Miguel Gregorio Antonio
Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga (1753-1811) y José María Morelos y Pavón
(1765-1815), hay suficientes indicios razonables para afirmar que estos dos
sacerdotes, junto con el patriota Ignacio José de Allende, levantaron columnas
de la Logia Arquitectura Moral, en 1806, la cual trabajó en la antigua calle de
Las Ratas N° 4 (hoy calle Bolívar N° 73), según el reconocido abogado y
político liberal mexicano José María Mateos. Asimismo, para entonces ya se
trabajaban los dos ritos fundamentales de la masonería universal, tanto el York
como el Escocés. Sin embargo, no hay consenso para establecer cuál de los dos
fue primero.
Antecedentes
No obstante lo apuntado, hay algunos antecedentes que no
podemos soslayar. Por ejemplo, la influencia de los sacerdotes jesuitas
humanistas que implantaron ideas modernas en México. Entre ellos, desde 1754,
sobresalió el cura mexicano Francisco Javier Clavijero (1731-1787), quien
integró el grupo de los humanistas del siglo XVIII, en México. Dedicado al
estudio de la historia, la filosofía y lenguas, destacó en todas ellas y fue un
vivo defensor de los indios e inflexible crítico de la soberanía de España
sobre la nación mexicana. Ello le valió para ser amonestado por los superiores
de la Orden. No fue masón, empero, estuvo muy cerca de serlo, en Italia,
después de que los jesuitas fueron expulsados de España y sus reinos, por orden
del rey Carlos III Borbón, en 1767. Sin duda, fue un humanista, enciclopedista
y reformador de la educación en México, émulo, quizá, del presbítero y hermano
masón peruano Toribio Rodríguez de Mendoza y Collantes (Chachapoyas, Amazonas,
1750-Lima 1825).
En este contexto, sobre el particular, el historiador Luis
González apunta: “Hacia 1760, los jesuitas jóvenes de la Nueva España le
perdieron el cariño y el respeto a la vieja España y le cobraron amor e interés
a México”[1].
De ahí que, al lado de Clavijero habría que agregar los nombres de los curas
criollos, Pedro José de Márquez –filósofo cuestionante sobre la teoría de la
incapacidad de algunos hombres en función de su raza–; Rafael Campoy, decidido
a investigar toda la verdad sobre las cosas sin limitaciones de dogmas o
prohibiciones, entre otros. Igual o más audaces que el primero, y, quizá, más
identificados con las sociedades secretas, clandestinas y prohibidas.
Crisis Política de
1808
El 14-07-1808, los criollos mexicanos, al enterarse de la
abdicación de los reyes de España a favor de Napoleón Bonaparte Ramolino, se
preocuparon por la “legitimidad”: ¿quién va a gobernar el reino de Nueva
España? El cura mercedario, ilustrado, nacido en Lima e iniciado hermano masón,
fray Melchor de Talamantes y Baeza (Lima 1765- Veracruz, México 1809), junto
con el abogado Francisco Primo de Verdad y Ramos y el regidor Juan Francisco
Azcárate, le propusieron al virrey José de Iturrigaray constituir un Congreso
Nacional de Nueva España bajo su presidencia, por mandato de la soberanía del
pueblo, tesis esgrimida en el siglo XVI por el filósofo, teólogo y sacerdote
jesuita español Francisco Suárez (1548-1617), y discutida en el Convictorio de
San Carlos de Lima, bajo el rectorado del presbítero y hermano masón peruano
Rodríguez de Mendoza y Collantes.
Al principio, el virrey Iturrigaray vio con desconfianza la
idea propuesta, empero, cuando la aceptó, fue demasiado tarde, habida cuenta de
que los peninsulares y reacios fidelistas y monárquicos criollos reunidos en la
Real Audiencia ya habían tomado la decisión de jurar absoluta lealtad al “rey
deseado”, Fernando VI. Para ello, contaron con el apoyo del terrateniente
peninsular Gabriel de Yermo, y decidieron destituir al virrey, a quien
apresaron el 15-09-1808.
Melchor “hizo circular escritos subversivos en los que
afirmaba que el territorio mexicano, por tener “todos los recursos y facultades
para el sustento, conservación y felicidad de sus habitantes”, podía hacerse
independiente y que, además de posible, la independencia era deseable, porque
el gobierno español no se ocupaba del bien general de la Nueva España, como se
ocuparía un gobierno libre, constituido por mexicanos.”[2]
El 16-09-1808, los soldados del fidelista De Yermo apresaron
a De Talamantes. Éste fue, secretamente, encarcelado hasta el 6-04-1809 y luego,
juzgado y sentenciado por la Inquisición a ser expulsado a España. Lo cual no
se cumplió, porque engrilletado fue trasladado a la fortaleza de San Juan de
Ulúa, en Veracruz, donde enfermó y murió en mayo del mismo año.
¿Quién fue fray Melchor Talamantes y Baeza? Ya hemos
afirmado que nació en Lima, en 1765. Desde muy joven, poseedor de una brillante
inteligencia, ingresó a la orden de padres mercedarios y se graduó de doctor en
Teología en la Universidad de San Marcos. Luego, pasó a ser examinador sinodal
del Arzobispado de Lima, regente mayor de estudios y definidor general de la
provincia limeña de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced.
Gozando de las prerrogativas que le daba esta condición
privilegiada dentro del clero, Melchor se interesó en conocer los secretos de
la masonería, por lo que frecuentó algunas reuniones conducidas tanto por José
Javier Leandro Baquíjano y Carrillo de Córdoba (Lima 1751-Sevilla, España 1817.
Vid. Jurídica N° 124, de 12-12-2006) como por el clérigo Toribio Rodríguez de
Mendoza y Collantes (Chachapoyas 1750-Lima 1825. Vid. Jurídica N° 79, de
31-01-2006). Se comentó, entonces, entre hermanos masones de esa época que fue iniciado y rápidamente
alcanzó el grado de maestro, a la par de que su nombre se encumbraba por sus
altas dotes de gran orador. Cuando le otorgaron licencia para viajar a España,
recibió secretos encargos de sus dos órdenes: la religiosa y la masónica.
Empero, su destino no estaba en llegar a la península, sino sentar las bases
fundamentales de la libertad en México.
En efecto, llegó a Acapulco el 26-11-1799, pasando luego a
la capital, donde contactó con sus superiores jerárquicos de la orden
mercedaria, asimismo, con la masonería informal mexicana, que operaba
secretamente con el apoyo del patriota Ignacio José de Allende, el abogado
Francisco Primo de Verdad y Ramos y el licenciado Juan Francisco Azcárate. Fue
esta la razón fundamental por la que fray Melchor de Talamantes se negó a
partir con destino a España tomando como pretexto la guerra que la metrópoli
mantenía contra Inglaterra.
Desde inicios del siglo XIX, estos hermanos masones
informales se reunían con otros patriotas y curas, como Miguel Gregorio Antonio
Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga (1753-1811) y José María Morelos y Pavón
(1765-1815). Talamantes se involucró de lleno con la historia y destino de
México. Fue miembro de varias comisiones de trabajo en la demarcación de
límites del virreinato, de educación a cargo del cabildo, etcétera. Así, en
este medio de importancia y reuniones secretas es como se precipitaron los
hechos del 14-07-1808, y los criollos mexicanos capitaneados por fray Melchor
se plantearon el problema de la “legitimidad” para gobernar el reino de Nueva
España.
Es verdad que no hay documentos que confirmen las reuniones
de la masonería informal mexicana y los nombres de los participantes a las
mismas, pero en más de una oportunidad Morelos y Pavón llamó “hermano masón” a
fray Melchor de Talamantes cuando defendió el proyecto de crear el Congreso
Nacional de Nueva España.
El germen de la inconformidad quedó sembrado en unos y
otros, lo que dio motivo a la “Conjura de Valladolid” (setiembre de 1809) y a
la “Conspiración de Querétaro” (setiembre de 1810), que se concretó con el
levantamiento del cura Hidalgo. Pues bien, en 1810, en México –como en otras
capitales de virreinato– se multiplicaron las logias masónicas y no masónicas,
donde –como hemos dicho– se mezclaron con las sociedades patrióticas y tomaron
diversas posiciones, como conservadoras, pro monárquicas, centralistas,
republicanas y federalistas.
Grito de Dolores:
16-09-1810
Fue el inicio de la revolución. El autor fue el cura y
hermano masón Hidalgo y Costilla Gallaga –reformador intelectual y político–,
quien se vio obligado a adelantar las acciones de lucha al ser descubierta la
“Conspiración de Querétaro”, que había sido masónicamente planificada y que las
operaciones se iniciarían el 1-10-1810. Miguel Gregorio Antonio Ignacio fue un
cura ilustrado, formado por los jesuitas, enciclopedista, actualizado con la
filosofía moderna y amante de las lecturas prohibidas, por lo que había sido
llamado e inquisitoriado por el Tribunal del Santo Oficio, en 1800. Poseedor de
una riquísima y selecta biblioteca, por lo que su casa en Villa de San Felipe
fue llamada la “Francia Chiquita”. Lector penitente de los filósofos y hermanos
masones Voltaire, Rousseau y Montesquieu, entre otros. Sus principales
colaboradores fueron los militares criollos y masones Ignacio José de Allende
(San Miguel el Grande 1779) y Juan Aldama, nacido también en el mismo lugar.
El Grito de Dolores, en Guanajuato, tuvo desde su inicio su
objetivo final: “¡Viva la Independencia!, ¡Viva la América!, ¡Muera el mal
gobierno!”. El ejército de Hidalgo fue popular. Su estandarte de guerra fue la
imagen de la Virgen de Guadalupe, y al respecto el historiador Wigberto Jiménez
Moreno, apunta: “... cuando Hidalgo escogerá como bandera el estandarte
guadalupano, no hará sino llevar a su desarrollo lógico el movimiento religioso
que, sin dejar de serlo, se trocó muy pronto, en movimiento nacionalista.”[3]
Asimismo, sus medidas políticas y jurídicas fueron de
reivindicación social y económica, tanto para indios como para mestizos, los
cuales constituían la mayoría de la población del virreinato de Nueva España:
80 por ciento (60% indios y 20% mestizos). De ahí que, en verdad, organizó y
dirigió un movimiento de lucha social a favor de esta paupérrima gente, donde
los criollos se mantuvieron fuera del mismo o se aliaron con los peninsulares
ante el temor de que esta masa se desbordara y acabara también con ellos. En
suma, en un territorio de 4’665,000 kilómetros cuadrados vivían más o menos
siete millones de habitantes.
Entre las medidas jurídico-políticas de Hidalgo, con
influencia masónica y, por lo tanto parte del “derecho de transición”, fueron:
1. uso exclusivo de las tierras de comunidad por sus dueños, lo cual
beneficiaba directamente a los indígenas; 2. abolición de la esclavitud para
libertar a más de seis mil negros; 3. extinción de los monopolios estatales del
tabaco, la pólvora y los naipes; 4. supresión de los tributos que pagaban los
indios, etcétera. Obviamente, esto era perjudicial para el statuo quo que
mantenían los peninsulares y criollos adinerados, que no eran en total más de
20 mil familias, según un estimado estadístico construido históricamente en los
años 60, en relación con la fecha investigada.
En consecuencia, fue una revolución sui géneris, diferente a
los movimientos fidelistas o patrióticos producidos en las otras latitudes
hispanoamericanas donde los criollos eligieron juntas de gobierno, unos por
fidelidad al rey y otros con miras a obtener posteriormente la independencia,
como fue ron los casos de Venezuela y Argentina.
Los insurgentes vieron en esta revolución su momento de
cobrar y hacerse justicia, por lo que con el espíritu levantado consiguieron
muchas y rápidas victorias, una de resultado contundente fue la batalla del
Monte de las Cruces, que, lamentablemente, Hidalgo no supo aprovechar. Las
autoridades hispanas con el apoyo de la Iglesia, iniciaron una feroz “campaña
tendiente a desacreditar a Hidalgo, presentándolo a los ojos de los
creyentes como un enemigo de la
religión y a quienes lo seguían como sacrílegos y perjuros: el caudillo
insurgente fue excomulgado por el obispo de Michoacán, Abad y Queipo, y su decisión
recibió el refrendo del arzobispo de México, Lizana”.[4]
Morelos y Pavón, antiguo alumno de Hidalgo, en el colegio de
San Nicolás, solicitó a su maestro que le incorporara como capellán de los
insurgentes, empero, el líder le encomendó la tarea de levantar y tomar control
del sur del país (20-10-1810). En consecuencia, el discípulo no peleó nunca al
lado del maestro, como, equivocadamente, algunos historiadores han afirmado.
Palabras más palabras menos, los revolucionarios tuvieron su inmensa derrota en
el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, el 16-01-1811. Oficiales y tropa
desconcertados iniciaron el éxodo hacia la frontera. Se produjeron muchas
traiciones y, en una de ellas,
Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga fue tomado
prisionero y, luego de un sumario consejo de guerra, fusilado en Chihuahua, el
30-07-1811. Igual suerte corrieron Ignacio José de Allende y Juan Aldama.
Mientras tanto, ante la crisis económica producida por la
carencia de producción agrícola y, consecuentemente, el aumento del precio del
maíz; y, sin líder visible, los campesinos siguieron alzados agrupándose en
bandas guerrilleras que fueron comandadas por algunos militares masones, como
Guadalupe Victoria, Vicente Ramón Guerrero Saldaña e Ignacio Rayón, hasta que
el cura y masón Morelos los agrupó y condujo ordenada y disciplinadamente
(1812). Se trataba del virreinato más extenso de América Hispana, tenía más de
cuatro millones de kilómetros cuadrados, tal como hemos apuntado. El
historiador Luis González, señala: “En 1803, Alejandro de Humboldt, joven sabio
alemán de visita en México, encontró al país que visitaba grande y rico,
campeón mundial en la producción de oro y plata, pero con la mayoría de sus vecinos
miserables e incultos.”[5]
En este contexto, apareció el patriota mexicano Jose María
Caro, quien fue uno de los hermanos masones fundadores de la Logia Lautaro, en
Inglaterra, por el masón venezolano Francisco Sebastián de Miranda Rodríguez.
Al regresar a su tierra natal, junto con el hermano masón Vicente Acuña y el
canónigo de la catedral de Guadalajara, Ramón Cerdeña y Gallardo, levantaron
columnas de la Logia Caballeros Racionales, en Xalapa, en 1812. El cura fue
detenido y sentenciado por el Santo Tribunal. El brutal y salvaje sufrimiento al
que fue sometido le llevó a confesar que había sido inducido por Acuña, quien
era agente de la Logia Flor de los Americanos, creada por el argentino Carlos
María de Alvear, en España.
De otro lado, los criollos se contentaron con la
convocatoria para elegir diputados para las Cortes de Cádiz. México envió 17
representantes. El 19-03-1812, fue aprobada la Constitución Gaditana. El virrey
Venegas la promulgó en México en setiembre de 1813, y procedió a darle
cumplimiento. Los españoles y criollos ricos se opusieron a ella. El nuevo
virrey, general español Félix María Calleja –sucesor de Venegas– la abolió en
agosto de 1814. Ello abonó a favor de la revolución del cura Morelos.
Morelos y Pavón
Logró, en verdad, un movimiento de dimensión nacional sin
abandonar su contenido de reivindicación social, abolición de la esclavitud y
castas, y división y distribución de tierras, gran obra iniciada por Hidalgo,
y, también, restauró la idea del Congreso Nacional de Nueva España, planteada
por su hermano de religión y masón fray Melchor de Talamantes, tal como hemos
apuntado. Empero, asimismo, careció del apoyo de los criollos, sin los cuales
era imposible triunfar. Sin embargo, avanzó más que su maestro y puso la piedra
angular de los futuros derechos por los que peleó el pueblo mexicano. Morelos
fue un cura medianamente culto, ignorado y subestimado al principio. Sin
embargo, cuando los criollos vieron el respaldo popular del que hacía gala y el
amor que el pueblo le dispensaba, comenzaron a tenerlo en cuenta. Una canción,
de entonces, decía: “Por un cabo doy un real,/ por un sargento, un tostón,/ por
mi general Morelos/ doy todo mi corazón”.
Documentos
Constitucionales
Mutatis mutandis, después de una serie de triunfos, Morelos
tomó Acapulco (12-04-1813) y convocó a un “Congreso en Chilpancingo”, en 1814,
que le nombró generalísimo y declaró la independencia de México. Surge así el
gran caudillo, el líder, el orientador, el demócrata y republicano, con apoyo
de algunos hermanos masones que impregnaron sus conocimientos liberales en la
producción jurídica de la revolución. Morelos somete ante la magna asamblea los
documentos que ha impulsado para su debate, revisión y aprobación. No hay
imposición alguna, él se somete como “Siervo de la Nación” y rechaza el
tratamiento de “alteza” que comienzan a darle. De ahí que, los historiadores
señalan: “De nuestro primer congreso nacional salieron tres importantísimos
documentos, que constituyen la expresión más explícita y precisa de lo que pensaban y querían
los jefes insurgentes de 1813: los “Sentimientos de la Nación” (14 de
setiembre), el “Acta de la Independencia de la América Septentrional” (6 de
noviembre), y el “Decreto Constitucional para la libertad de la América
Septentrional” (22 de octubre de 1814).”[6]
Todos ellos con influencia masónica.
1. Sentimientos de la Nación. Declara, entre otras cosas,
que América era libre e independiente de España y de toda otra nación. Que la
soberanía dimanaba directamente del pueblo, y que éste la depositaba en sus
representantes y dividía los poderes de ella derivados en legislativo,
ejecutivo y judicial. Que las leyes que dictase el congreso debían ser tales
que obligasen a la constancia y el patriotismo y moderasen la opulencia y la
indigencia, y de tal manera se aumentase el jornal del pobre, se mejoren sus
costumbres y se desterrase la ignorancia. Que la esclavitud y la distinción de
castas fuesen proscritas para siempre, quedando todos iguales, y
distinguiéndose a un americano de otro solo por el vicio y la virtud. Que
quitase la infinidad de tributos, cargas e imposiciones más agobiantes,... etc.
2. Acta de la Independencia. Documento oficial y que
mediante un manifiesto anexo se expone claramente los fundamentos y motivos del
movimiento insurgente. Se fundamenta el principio de soberanía que siempre le
correspondió al pueblo mexicano y que fue arrebatado por España. Sin duda, la
base ideológica está en el filósofo y cura jesuita Francisco Suárez (1548-1617)
y, asimismo, en los enciclopedistas y trabajos especulativos de las logias
masónicas. De ahí que, exigía que la soberanía debía volver a la nación
mexicana, a quien corresponde en derecho.
3. Decreto Constitucional o Constitución de Apatzingán
aprobada como carta política provisional, empero, constituye, sin duda, un
documento fundamental de esta época en la historia constitucional mexicana, en
particular, y en los anales constitucionales hispanoamericanos, en general. Se
sustenta, entre otros principios, en el de la soberanía popular. Origen
voluntario del Estado. Libertad e independencia nacional. Gobierno
representativo. División de poderes. La ley como manifestación de la voluntad
general, expresada por la representación nacional. Todo ello, bajo el pleno reconocimiento
de los derechos fundamentales del hombre: libertad, igualdad, seguridad,
propiedad y libertades de industria, comercio, palabra e imprenta. Estado
unitario y gobierno republicano.
Empero, la suerte militar comienza a ser adversa para los
insurgentes. El nuevo virrey Calleja, como experimentado militar, comienza una
política de crueles y terribles persecuciones, ganando fama de sanguinario.
Para ello contó con el apoyo del general criollo y hermano masón Agustín de
Iturbide, de comportamiento cuestionable y antimasónico, es decir no supo pulir
su piedra y por lo tanto careció de esencia masónica.
Luego de varios enfrentamientos, Morelos y Pavón fue vencido
y tomado prisionero. El Tribunal del Santo Oficio le despojó de sus hábitos de
sacerdote y le condenó a la pena de capital. Fue fusilado en San Cristóbal
Ecatepec, el 22-12-1815.
Resistencia
Después de Morelos comenzó el período de la resistencia de
1816 a 1821. Los insurgentes tuvieron alguna esperanza con el alejamiento de
Calleja y la llegada del nuevo virrey, Juan Ruiz de Apodaca, quien era hermano
masón y se le conocía por ser afable y tolerante con los criollos e indios. Él
había desempeñado el cargo de gobernador de la isla de Cuba. Algo más, porque
el joven militar español liberal y masón Francisco Javier Mina –después de
haber peleado en la guerra de la independencia de España frente a Francia, y
enfrentarse a la tiranía de Fernando VII por lo que tuvo que huir a Inglaterra–
decidió dar su apoyo a la liberación de México. En Londres se asoció con el
cura dominico mexicano fray José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra
(1763-1827), quien fue muchas veces encarcelado, deportado e inquisitoriado por
el Santo Tribunal. Éste estuvo muy cerca de los hermanos masones de las Cortes
de Cádiz; en especial, con el liberal y masón José María Blanco White, con
quien colaboró.[7] La
expedición liberadora de Mina con 300 hombres desembarcó en Soto la Marina, el
15-04-1817.
Mina tomó posesión del fuerte y luego salió a contactarse
con los insurgentes. Con algunas refriegas ganadas y otras perdidas, fue
vencido y tomado prisionero y fusilado el 11-11-1817, mientras José Servando
Teresa de Mier fue capturado y engrilletado enviado a España. Logró escapar una
vez más y siguió peleando por la libertad de su patria. Se opuso a la creación
del Imperio mexicano, por lo que el emperador y masón Agustín I (Agustín de
Iturbide, 1783-1824), le apresó y encarceló, por enésima vez.
Declaración de la
Independencia
Si bien es cierto que la independencia de México fue
declarada el 21-09-1821, no es menos cierto que la guerra por la misma duró
once años (1810-1821). El último virrey, Juan de O’ Donojú, fue hermano masón,
liberal. Éste, junto con su médico Manuel Condomiu Ferreras, también hermano
masón, fue un decidido gestor del movimiento revolucionario liberal sevillano
de 1-01-1820, encabezado por el general y hermano masón Rafael del Riego y
Núñez (1784-1823), quien exigió la restitución de la Constitución de las Cortes
de Cádiz de 1812, abolida en 1814, por el restablecido rey Fernando VII.
Lo cierto es que este médico y hermano masón, Condomiu
Ferreras, introdujo oficialmente el rito Escocés de Antiguo y Aceptado, en
México. Tanto el virrey como su médico se propusieron llevar a cabo el “Plan de
Iguala”, que había sido planteado tanto por el general criollo al servicio del
España, Iturbide –antes de declararse emperador– como por el insurgente general
y hermano masón Vicente Ramón Guerrero Saldaña, habida cuenta que ambos habían
llegado a un entendimiento, dispuestos a preservar las “Tres Garantías:
independencia, unión y religión”, que fue la base del Plan. Sin duda, Agustín
no estaba dispuesto a dejar pasar tan extraordinaria oportunidad y sin importarle
traicionar la confianza que el virrey y su hermano masón Ruiz de Apodaca había
depositado en él, se puso a la cabeza del movimiento independentista
(24-2-1821).
En concreto, el “Plan Iguala”, consistía en: 1. España
reconocía la independencia de México. 2. Igualdad de derechos para españoles
como para criollos; y, 3. Supremacía de la Iglesia católica. Ruiz de Apodaca
rechazó el Plan, empero, en ese interín fue cambiado por el nuevo virrey
liberal y masón De O’Donojú, quien venía con la política de acercamiento y
amistad establecida por el general y hermano masón Rafael del Riego, máxima
autoridad en España al haber depuesto al rey Fernando VII. Ante un hecho
consumado, la nueva autoridad hispana vio por conveniente aprobar dicho Plan,
mediante el Tratado de Córdoba, el cual hizo algunas modificaciones al
documento de Iturbide-Guerrero.
La independencia se reconoció el 21-09-1821 y las tropas
españolas abandonaron la capital mexicana los días 24 y 25 de setiembre. El 27
ingresaban las tropas de las “Tres Garantías”. El 28-09-1821 se instaló la
Junta de Gobierno, conformada por 38 aristócratas. El héroe fue, sin duda,
Agustín de Iturbide, quien en el inicio pretendió reencarnar a De Talamantes,
Hidalgo, De Allende, Aldama, Morelos y tantos otros que habían derramado su
sangre por la independencia mexicana.
El 24-02-1822, el Congreso Constituyente inauguró sus
sesiones. En España, las Cortes rechazaron el Tratado de Córdoba, declarándolo
“ilegítimo” y, consecuentemente, “nulo”. Surgieron nuevas disputas y ante el
peligro de los enemigos que acechaban, el Congreso nombró emperador a Iturbide,
quien tomó el nombre de Agustín I (Mayo, 1822). Los generales insurgentes
–máxime Antonio López de Santa Anna– no aceptaron la solución y se inició un
enfrentamiento entre ellos, el que concluyó con la renuncia del emperador y su
alejamiento del país. Después de un año, Iturbide regresó, fue detenido y
fusilado en 1824. Lo que posteriormente siguió fue una consecución de golpes de
Estado y destituciones, lo cual, sin duda, es objeto de otra investigación.
Finalmente, producida la independencia, el primer agente y
ministro plenipotenciario de Estados Unidos de América ante México fue el masón
Joel Roberts Poinsett –el mismo que también fue el primer representante diplomático
estadounidense ante Chile, durante el gobierno del hermano masón José Miguel
Carrera y Verdugo, en 1812– quien introdujo el rito York, consiguiendo el
otorgamiento de la Carta Patente de la Gran Logia de Filadelfia. Así también,
en 1823, el primer presidente de la República, general Guadalupe Victoria,
fundó en Xalapa la Gran Logia del Águila Negra. Y el 22-8-1825, cinco logias
escocesas y cuatro yorkinas, con profundo espíritu nacionalista decidieron
poner fin a la lucha de los ritos y se integraron y crearon el “Rito Nacional
Mexicano”.
[1] AA. VV.
Historia mínima de México. El Colegio de México. Tercera reimpresión: abril de
1977. pp. 78-79.
[2] Ibidem. pp. 83-84
[3] JIMÉNEZ
MORENO, Wigberto y GARCÍA RUIZ,
Alfonso. Historia de México. Una síntesis. Instituto Nacional de Antropología e
Historia. Serie Historia VII. Segunda edición en español. México. Julio, 1970.
p. 40.
[4] JIMÉNEZ MORENO, Wigberto, MIRANDA, José y
FERNÁNDEZ, María Teresa. Historia de México. Editorial Porrúa, S.A. Segunda
edición. México, D.F., 1965. p. 356.
[5] AA.VV. Op.
Cit. p. 77.
[7] RANGEL,
Nicolás. “Cuatro diálogos insurgentes: Masonería establecida en Cádiz. Rito
americano, logia Caballeros Racionales”. Declaraciones de Fray Servando Teresa
de Mier. Boletín del Archivo General de la Nación. México. Julio-Septiembre,
1932. Tomo II, N° 3.
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