Futuro del latín en dictámenes,
acusaciones y sentencias
Tomado de la Revista Jurídica del Diario
El Peruano
Por Carlos Ramos Núñez
El Derecho, finalmente, dispone de una
compleja vertiente doctrinaria. Las disciplinas se enriquecen con una teoría
que se torna cada vez más sofisticada. No hay más remedio que estudiarla y
aprenderla, cualquiera que sea la rama jurídica en cuestión. Por cierto será
siempre necesario un enorme esfuerzo pedagógico para explicarlo con cierta
sencillez al público usuario. De poco o de nada vale lamentarse. De otro modo
nos pasará lo mismo que una joven estudiante de Derecho del primer año que ante
la pregunta del profesor de Derecho sobre el concepto de pena, venciendo su
timidez, contestó, que la pena se trataba de un terrible sentimiento de dolor.
RIP.
Los participantes de la XVIII Cumbre
Judicial Iberoamericana, resolvieron desterrar in totum el empleo del
latín de los dictámenes, acusaciones y sentencias. La propuesta, acogida ipso
facto, fue presentada ab libitum por jueces de siete
países, que seguramente asistían al evento ad honorem: España, Chile, Ecuador,
Colombia, Argentina, Bolivia y Paraguay. El fundamento de esta inusitada
expulsión idiomática ad peden litterae, en pobre e
improvisado estilo narrativo, perseguiría: “que el público comprenda, sin
complicaciones, el contenido de las fundamentaciones” (sic). De modo que el
latín acta est fabula será historia, bueno, por lo menos en el deseo
de estos modernos pretores. Quisieran pronunciar cómo Julio César cuando decide
cruzar el Rubicón, en este caso para referirse al latín: Alea jacta est, o más
todavía retomar una variante de la frase de Catón el Viejo, en su afán de
acabar con la ciudad fenicia, Latinum delenda est.
La verdad no sé si es más urgente
prohibir (quizás sea más acertado utilizar el verbo “recomendar” porque en
cuestiones idiomáticas no puede actuarse manu militari, aún en estructuras
jerarquizadas como el Poder Judicial), el uso el latín o con más exactitud de
ciertas frases en la lengua de Cicerón, que otras prácticas perniciosas de
lenguaje y estilo profundamente arraigadas en los tribunales.
< Uso
de expresiones
Un apasionado litigante de una alejada
provincia recibe una notificación. La esquela, que contiene un decreto, en forma
escueta indica: “Vista al fiscal”. El justiciable, que por añadidura es
sastre, in pectore se pronuncia
indignado: “¡He vestido al juez y al secretario y ahora tengo que vestir al fiscal!”
Pintoresca historia que grafica loquitor el abismo idiomático que
separa a los letrados del hombre común. O la angustia de un sorprendido chofer
(término derivado del francés) ante la expresión: “Bajada de autos”. –Pero,
señor, hace rato que estacioné el vehículo! O la recatada señorita que
reacciona con una soberbia cachetada a un abogado galán que le susurra al oído
de “Alzada”,
para explicarle el decurso procesal de un expediente.
Son comunes también muchas expresiones
que colisionan con las reglas de la Real Academia de la Lengua. Permítame el
lector que le cuente una anécdota. Cuando trajinaba como practicante pregunté
con proverbial inocencia a una funcionaria judicial: –¿Se abrió instrucción?
–¡Oye tú! ¡Se dice aperturar, aperturar instrucción! Ocurre que “aperturar”,
como verbo, no existe. La Real Academia Española (Rae) reconoce solo el
sustantivo “apertura”. En el norte del país, el colega Raúl Cumpa Pizarro,
profesor de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, ha librado, como
publicista y maestro, una verdadera batalla contra el empleo inadecuado del
lenguaje en el foro y la magistratura.
Debe admitirse que la utilización del
latín suele ser muchas veces arbitrario y hasta cursi. Una elocuente muestra de
huachafería nacional es, por ejemplo, llamar al juez ante quien se interpone un
recurso impugnatorio como A quo, o aludir al magistrado que
conoce de la apelación como Ad quem. ¿Tiene sentido? Ciertamente
que no. En otros casos, algún jurisconsulto pretende hacer gala, sin mayor
recursos filológicos de una elevada cultura jurídica profiere: “Iura
novit curia”. Con aire doctoral (entre ellos numerosos procesalistas)
traducen, ergo: “El juez conoce el Derecho”. ¡Error! En realidad, la
expresión significa: “El tribunal conoce los Derechos”. Curia es un tribunal
eclesiástico y iura es el plural en declinación de Derechos.
<Planteamiento
En realidad, no debe prohibirse el empleo
del latín en las cortes, más bien promoverse un uso adecuado y pertinente del
mismo. Expresiones como mens rea, Ipso loquitor, alterum
non laedere, Non bis in idem usadas en un
contexto pertinente ayudan mucho en la argumentación jurídica y logran una
fuerza persuasiva enorme, que, difícilmente se alcance en lenguas romances. No
creo que se hallen fuera del alcance de un abogado más o menos preparado y que
este no se encuentre en condiciones de ofrecer a sus clientes una breve y eficaz
explicación. Aún en países en los que rige el Common Law se hallan extendidas:
el non
bis in idem con la denominación de double jeopardy. Sería una verdadera
paradoja si se las expulsara en el sistema jurídico romanista, mientras se
conservan en el mundo anglosajón. Un patrimonio al que nosotros renunciamos y
otros hacen suyo: un absurdo. Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos,
exponentes de una tradición jurídica distinta a la nuestra, no solo recogen
voces latinas, sino también francesa. Hasta el día de hoy la estación procesal
de tacha de los jurados por parte del fiscal (prosecutor) y del abogado
de la defensa, antes de una audiencia es conocida como voir dire, el equivalente de la frase, ver y decir.
A mi juicio, en lugar de eliminarse o
abreviarse una tradición cultural como el latín, debe mejorarse la cultura
jurídica de nuestros países. El Derecho, como una creación de las humanidades,
no puede dejar de emplear con ponderación y criterio de oportunidad las
expresiones del latín. Algunas incluso se han incorporado al lenguaje
cotidiano. Así, en Italia, por ejemplo, la abreviatura S.P.Q.R., Senatus populus romanus
quiritum, o el epitafio de conformidad ante la pérdida de un ser
querido: Resquiescat in pace, resumido simplemente como In
pace, en la forma o RIP en los avisos necrológicos. No
creo que los magistrados que asistieron a la cumbre judicial piensen también en
eliminarlos: menudo, imperfecto e inacabable trabajo sería. Mejor dediquen sus
esfuerzos a perfeccionar su lenguaje, la gramática de los tribunales, como
exigía Manuel González Prada en esa terrible requisitoria a la jerigonza de la
judicial, Nuestros magistrados. Los “considerandos” y los “que”, repetidos en
infinita letanía, no solo afean el lenguaje común y perjudican cualquier
estilo, en verdad, constituyen un verdadero tormento para los justiciables.
Diríase más grave que el empleo del latín. González Prada lamentaba que los
letrados tuvieran “por cerebro un fonógrafo con leyes y decretos; por corazón, un legajo
de pidos y súplicos”. En un párrafo de antología, el aristócrata limeño
de alma plebeya, espeta, en el ensayo que figura en el libro Horas de lucha:
“Nadie vive tan expuesto a la deformación
profesional como el abogado. ¿Qué recto corazón no se tuerce con el hábito de
cifrar la justicia en el fallo aleatorio de un juez? ¿Qué privilegiado cerebro
no se malea con algunos años de triquiñuelas y trapisondas? ¿Qué verbo, qué
lenguaje, no se pervierte con el uso de la jerigonza judicial? ¿Qué buen gusto
no se corrompe con el manejo diario de códigos, reglamentos y expedientes? En
la abogacía, como en un sepulcro voraz e insaciable, se han hundido
prematuramente muchas inteligencias, quizá las mejores del país”.◗
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