Fotos de Edward Snowden y Barack Obama en las portadas de periódicos
de Hong Kong, el último 11 de junio 2013.
(Bobby Yip / Cortesía
Reuters)
Por Sue Mi Terry, analista de la CIA que ha trabajado en el
Consejo Nacional de Seguridad y en el Consejo Nacional de Inteligencia. Ella se
desempeña en la actualidad como investigadora senior del Instituto Weatherhead de
Asia del Este, de la universidad de Columbia. (Traducción Jorge Contreras)
Este articulo
recientemente presentado por la Revista Foreign Affairs refiere las reformas de
la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos. Al igual que muchos países
incluido el nuestro, las comunidades de inteligencia sufren de influencias y
cambios para enfrentar las amenazas de cada situación. Estas demandas unidas a
otros problemas hacen que cada cierto tiempo ocurran fallas que como en el caso
que se comenta, se tornen en un delator y una filtración de informaciones. Sin
ir muy lejos, en Latinoamérica hay casos de políticos que han ocupado importantes
carteras ministerios responsables de comunidades de inteligencia, en las que posteriormente
han hecho denuncias contra el mismo sistema que en otro momento ellos dirigieron.
Si ha revelado algo el caso de Edward Snowden, el ex empleado
de Booz Allen Hamilton, la contratista de defensa de la Agencia de Seguridad
Nacional, que acaba de contrabandear información clasificada sacándola de su
lugar de trabajo para proporcionarla a algunas agencias de noticias, es que los servicios de inteligencia de
los EE.UU. cometieron errores, después
de su reforma luego de los ataques del 11 de setiembre y la guerra de Irak.
Es cierto que muchos de los cambios que se han hecho han
sido para mejorar. Pero algunos, como el aumento de la colaboración y el
intercambio de información, hoy en día han fracasado. El caso de Snowden, y
posiblemente el caso del soldado del ejército Bradley Manning, quien está
siendo juzgado por compartir documentos clasificados con WikiLeaks, resaltan
los problemas ocasionados por la participación de más personas, más agencias,
más contratistas y más clasificación en las actividades de recolección y análisis de inteligencia,
todas estas tendencias que se han acelerado e incrementado en la última década.
A la luz de estos problemas, y de la primera caída en los presupuestos
de gastos de las actividades de inteligencia desde el 2001, es que ha llegado
una vez más, el momento de repensar cómo funciona la comunidad de inteligencia
de Estados Unidos.
En primer lugar, la propia estructura de la comunidad de
inteligencia debe ser actualizada. La reforma más importante posterior a los
hechos del 11 de setiembre, y de hecho, la reforma más importante desde la
creación de la Agencia Central de Inteligencia en 1947, fue el establecimiento
en el 2004 de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODIN). La ODIN
se supone fue para coordinar el trabajo de las 16 agencias de inteligencia
independientes de los Estados Unidos para obtener inteligencia importante, y
por ejemplo, prevenir que los planes de ataque de Osama bin Laden se filtren a
los medios. Sin embargo, su creación resultó ser solo la mitad de la medida
necesaria. En lugar de reunir a los espías de la CIA, a los analistas de la
Oficina del Departamento de Inteligencia, y los agentes de la DEA, sólo añadió una
nueva capa innecesaria de burocracia (unos 1.600 empleados en total) a la ya torpe
comunidad de inteligencia existente.
La razón: La ODIN recibió poco control real sobre las
operaciones y presupuestos de la infraestructura de inteligencia en expansión,
que todavía estaba dominada por agencias mucho más potentes, como la CIA, la
Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia de Inteligencia para la Defensa.
Esto se hizo evidente en el 2009, cuando Dennis Blair, quien era entonces el
jefe de ODIN, trató de hacer valer su autoridad para elegir el representante principal
de la inteligencia de EE.UU. en cada embajada en el extranjero, en lugar de
confiar en los jefes de la CIA para cumplir ese rol. En la mayoría de los casos, la CIA debería haber
mantenido la posición de jefe de estación, pero en algunos países en donde la
CIA no tenía a alguien para ocupar el puesto, este quedo en manos de la NSA o de
la DEA. León Panetta, quien fue director de la CIA en ese momento, se resistió.
Entonces sobrevinieron los conflictos y moretones de una batalla territorial en la que Panetta salió victorioso, y
que sólo resaltó la falta de influencia del ODIN.
Una ODIN más potente no habría impedido las delaciones de Snowden
o Manning. Pero darle a esta oficina mayor peso hubiera sido el primer paso en
la racionalización en general de la forma como opera la inteligencia de EE.UU.
El Congreso debe autorizar el control real de la
organización acorde al presupuesto de inteligencia y promulgar la reforma
propuesta por Blair, o transformarla en una organización más pequeña, más centrada
en torno al Consejo Nacional de Inteligencia existente, que es posiblemente la
única unidad que funciona bien en la ODIN . El Consejo Nacional de Inteligencia
opera en la actualidad como un comité local de expertos dedicados al análisis
estratégico a largo plazo y es atendida por analistas de alto vuelo de las
diferentes agencias de inteligencia, así como instituciones académicas y del
sector privado.
El caso Snowden ha puesto de manifiesto la necesidad de
reformar las directivas sobre clasificación de seguridad: un menor número de
documentos deben ser clasificados, y el número de personas que tiene acceso a
los secretos reales debe ser limitado. Es absurdo que información básica y de
rutina continúe siendo clasificada. Por ejemplo, la existencia de un centro de
entrenamiento de la CIA, Camp Peary (conocido como La Granja), en Williamsburg,
Virginia, es supuestamente secreto a pesar de que Camp Peary figura en una página
de Wikipedia en la que se muestran sus coordenadas exactas. Un buen punto para
comenzar sería desclasificar muchos documentos "confidenciales" y
"sensibles" correspondientes a los niveles más bajos de la
clasificación. Una seria consideración también debe darse en la
desclasificación de documentos "secretos", cuyo contenido también
existen en la literatura pública y que no contienen fuentes que requieran ser
protegidas.
La sobre clasificación actual, con miles de millones de
páginas de archivos digitales bajo llave cada año, tiene un efecto dominó. Más
datos significa que más personas necesitan autorización de seguridad. Hoy en
día, de acuerdo con la Prensa Asociada, 4,9 millones de trabajadores del
gobierno y contratistas tienen autorizaciones de seguridad. Estadísticamente
hablando, es muy probable que haya algunas manzanas podridas, Manning y Snowden
entre ellos. Configurándose un mayor nivel de secreto permitiría al gobierno dar
acceso a un menor número de personas.
El lugar más obvio para comenzar es la restricción de acceso
para los contratistas como Snowden. Después del 11 de setiembre, los organismos
de inteligencia expandieron rápidamente su fuerza de trabajo y tuvieron que
contratar algunos puestos para llenar vacíos, así contrataron especialistas en lenguaje,
habilidades técnicas, en la construcción y operación de aviones de vigilancia
no tripulados, son ejemplos.
Según el diario The Washington Post, los contratistas ahora
constituyen aproximadamente el 30 por ciento de la fuerza laboral de la
comunidad de inteligencia y un 70 por ciento de su presupuesto. Esto es
demasiado. Recopilación y análisis de inteligencia son tareas intrínsecamente sensibles
que deben ser reservadas principalmente a empleados federales que deben ser
formados y controlados más ampliamente que los típicos contratistas.
Incluso los procesos de investigación de antecedentes y de
contratación propios de la comunidad de inteligencia requieren un cambio. Las prácticas
con el personal se siguen diseñado, sobre todo, para eliminar los posibles
riesgos de seguridad, no
necesariamente para reclutar a los analistas más calificados o agentes de caso.
Estas prácticas no han evitado fugas, ni delaciones perjudiciales
de la información, sin embargo, han hecho sumamente difícil contratar a
estadounidenses "mejor considerados", como son aquellos ciudadanos que podrían ser útiles en
operaciones de inteligencia contra China o Irán.
Los casos de Snowden y Manning han demostrado (junto con los
de otros traidores de cosecha propia que van desde Robert Hanssen, el agente
del FBI que espió para los servicios de inteligencia soviéticos y luego rusos
durante 22 años, hasta Aldrich Ames, el agente de la CIA que durante nueve años
espió para la Unión Soviética y Rusia que sólo fue superado por Hanssen), que la
suposición de que los ciudadanos naturalizados de alguna manera son más propensos
al peligro que los nativos nacidos,
es profundamente errónea. Personas nacidas en el extranjero trabajan y sobresalen
en la comunidad, siendo para ellos hoy en día más difícil, el llegar a
ser, de lo que debería ser en
realidad.
No sólo es que la comunidad de inteligencia contrata más
extranjeros nacidos en Estados Unidos con el lenguaje y el conocimiento
cultural, sino que también debe contratar a más profesionales a media carrera,
que hayan tenido experiencia extensa y directa en los país de necesidad, ya sea
a través de la academia, los negocios, la caridad, el periodismo, o en algún
otro concepto. Esto va contra las preferencias de larga data de la comunidad
sobre la contratación de estudiantes salidos de la universidad o la escuela de
posgrado con estudios concluidos, en la creencia que contratar a media carrera
es más probable que se hayan comprometido en algún momento para un servicio de
inteligencia extranjero. Aún, los profesionales de más edad puedan aportar
mayores conocimientos y madurez para sus tareas y requieren menos formación en
los puestos de trabajo, estos también cuentan con una larga trayectoria que las
agencias pueden revisar, a diferencia de emplear jóvenes desconocidos fuera de
la universidad.
Por último, la comunidad de inteligencia tiene que renovar
sus productos analíticos, tales como sus estimaciones de Inteligencia Nacional,
y la forma que recoge la inteligencia humana (HUMINT), dicho de otra manera,
las formas tradicionales de espionaje con agentes de casos y reclutamientos.
Las "fallas de la imaginación" indicados por la Comisión que se
dedico a los hechos del 11 de setiembre siguen estando omnipresentes en la
comunidad de inteligencia. En lugar de optar por juicios atrevidos, los
analistas se deben balancear con extraordinaria cautela. Su trabajo se centra a
menudo en amalgamar todos los datos y juicios potencialmente relevantes.
La calidad de la inteligencia disminuye aún más por los
esfuerzos de presentar una posición única en toda la comunidad de inteligencia,
un esfuerzo coordinado por ODIN. El resultado es un trabajo con un mínimo común
denominador.
Los Estimados de Inteligencia Nacionales, la joya de la
corona en la labor de análisis de la comunidad, a menudo no son más profundas de
los que los principales pensadores producen y por lo general tienen poco
impacto en las políticas. Las agencias en vez de premiar menos informes,
deberían premiar informes con mayor calidad.
Y esto puede ir acompañado de un renovado énfasis en inteligencia
humana (HUMINT). La comunidad de inteligencia se ha vuelto demasiado dependiente
de fuentes tecnológicas de inteligencia, como las bases de datos de la NSA que
Snowden ha robado. Por sorprendente que sea, todavía hay muchos lugares en los
que la tecnología simplemente no puede llegar. Debemos tener en cuenta las
limitaciones del uso de la tecnología para adentrarse en la mente de los
terroristas y averiguar donde darán el próximo golpe. Si los terroristas son absolutamente
expertos en sus prácticas de seguridad, es obvio que van a evitar dejar un
rastro electrónico. La falta de una buena inteligencia humana (HUMINT), de
hecho, explica los mayores fracasos de la inteligencia de los últimos tiempos,
como son la falta de prevención de los ataques del 11 de setiembre o de evaluar
adecuadamente las armas de destrucción masiva que fueron preparadas por Saddam
Hussein.
Para reemplazar a los puntos ciegos de la tecnología, la
comunidad de inteligencia de EE.UU. necesita colectores de mayor calidad
humana, incluyendo un mayor número de oficiales dedicados a los casos, que
operen bajo mejores cubiertas inventivas "coberturas no oficiales."
Es decir, haciéndose pasar por ejecutivos y periodistas de negocios, en lugar
de operar bajo la protección diplomática
en las embajadas estadounidenses en el extranjero. Es cierto que es
inherentemente más peligroso el implementar estos tipos de agentes de casos.
También es caro el construir una cubierta no oficial creíble. Pero son
precisamente oficiales del caso, trabajando
bajo cubierta no oficial los que tienen más probabilidades de penetrar en las
células terroristas. En este caso, la contratación de profesionales a media
carrera, son especialmente importantes: los funcionarios de servicio
clandestino recientemente ingresados pueden utilizar sus profesiones anteriores
para establecer cubiertas convincentes para sus actividades. Sin embargo, la
CIA impone actualmente un límite máximo de 35 años para los reclutas en su
servicio clandestino, aunque se hacen excepciones en algunos casos.
Todo esto no quiere decir que la comunidad de inteligencia
de EE.UU. se haya quebrado. De hecho, mientras que otros servicios de
inteligencia tienen éxito en determinados nichos y en algunas regiones, ningún
otro servicio de inteligencia en el mundo tiene una gama tan amplia de
capacidades globales como los de los Estados Unidos. Una persona descontenta
como Snowden es una anomalía importante, pero muy rara: la fuerza de trabajo de
inteligencia es abrumadoramente brillante, dedicada, trabajadora y patriótica.
Pero eso no significa que no hay lugar para la reforma. Haría falta sólo unos pocos
ajustes en los márgenes para mejorar enormemente la eficacia de las agencias de
inteligencia de Estados Unidos, y así
prevenir grandes pérdidas en el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario