Traducción Jorge Contreras
Este artículo alerta sobre la situación y las consecuencias a futuro
de la actual depredación y contaminación de los mares. El daño a los océanos es
visible y comprobable y debe dejar de ser parte del conocimiento científico
para pasar a ser de conocimiento general.
Su atención, cuidado y preservación demanda medidas urgentes de las
autoridades y sociedades, para su remedio y para evitar su eventual
destrucción.
Las consecuencias de la destrucción del océano
Hoy en día, de todas las
amenazas que se ciernen sobre el planeta, una de las más alarmantes es el
aparentemente inexorable descenso de los océanos del mundo a un nivel de
perdición ecológica. Durante las últimas décadas, las actividades humanas
han alterado la química básica de los mares a tal punto, que ahora, estos están
experimentando una evolución a la inversa: retornan a ser las primigenias aguas
estériles de hace cientos de millones de años atrás.
Cualquier visitante de los océanos, en los albores del tiempo, habría encontrado un mundo submarino
que en su mayoría estaba sin vida. Alrededor de unos 3,5 millones de años
atrás, los organismos básicos comenzaron a emerger del primitivo
fango. Eran como una sopa de microbios resultado de algas y bacterias que
necesitaban poco oxígeno para sobrevivir. En ese tiempo, gusanos, medusas y
hierba mala y tóxica gobernaba las profundidades. Con el tiempo, estos
organismos simples comenzaron a evolucionar hacia formas superiores de vida, lo
que resultó en la maravillosamente rica diversidad de peces, corales, ballenas
y otras especies marinas asociadas con los océanos actuales.
“los seres humanos están eliminando a los
leones y tigres
y a la vez haciendo espacio para las ratas y
cucarachas.”
Sin embargo, hoy la vida en el mar está en peligro. Durante los
últimos 50 años, en lo que vendría a ser un simple parpadeo en el tiempo
geológico, la humanidad ha llegado a revertir peligrosamente la casi milagrosa
abundancia biológica de las profundidades. La contaminación, la
sobrepesca, la destrucción de hábitats y el cambio climático están vaciando los
océanos y permitiendo que formas de vida más bajas recuperen sus
dominios. El oceanógrafo Jeremy Jackson lo llama "el aumento de
baba": la transformación de complejos ecosistemas oceánicos que ofrecen
intrincadas redes alimentarias con animales grandes en sistemas simplistas
dominados por microbios, medusas y enfermedades. El resultado, los seres humanos están eliminando a
los leones y tigres y a la vez, haciendo espacio para las ratas y cucarachas.
La sola perspectiva de desaparición de ballenas, osos polares, el atún
rojo, las tortugas marinas, y de costas silvestres debería ser suficiente para
causar preocupación. La destrucción de ecosistemas enteros pone en peligro
nuestra propia supervivencia, ya que del buen funcionamiento de estos diversos
sistemas es que se sustenta la vida en la tierra. La destrucción en este nivel
tendrá un costo humano muy alto en términos de alimentación, empleo, salud y
calidad de vida. Y también viola esa promesa tácita de pasarle a la
próxima generación un futuro mejor.
Los grandes desechos en los mares
Los problemas de los océanos comienzan con la contaminación, las
formas más visibles de esta son los catastróficos derrames de petróleo y de la
perforación de gas, o los accidentes de los tanqueros petroleros. Sin
embargo, tan devastador como estos eventos, la contaminación marina palidece
cuando se le compara con las descargas de residuos en el mar a través de ríos,
cañerías, corrientes y
aire. Por ejemplo, la basura como bolsas de plástico, botellas, latas,
pequeñas bolitas de plástico utilizados en la fabricación, se lava en las aguas
costeras o es descartada por los
buques grandes y pequeños. Estos desechos se desplazan hacia el mar,
formando concentraciones épicas de residuos flotantes, como el infame “Gran
Parche de Basura del Pacífico”, que se extiende por cientos de kilómetros a
través del océano Pacífico Norte.
Los contaminantes más peligrosos son productos químicos. Los
mares están siendo envenenados por sustancias tóxicas, que permanecen en el
ambiente durante mucho tiempo, viajan a grandes distancias, se acumulan en la
vida marina, y ascienden en la cadena alimenticia. Entre los más
peligrosos están los metales pesados como el mercurio, que se libera en la
atmósfera por la quema del carbón y luego desciende con las lluvias a los
océanos, ríos y lagos, este mercurio también se le puede encontrar en los
desechos médicos.
Cientos de nuevos productos químicos industriales entran en el mercado
cada año, la mayoría de ellos no comprobado. De especial preocupación son
los conocidos como contaminantes orgánicos persistentes, que se encuentran
comúnmente en los arroyos, ríos, aguas costeras, y, cada vez más, en el océano
abierto. Estas sustancias químicas se acumulan lentamente en los tejidos
de peces [2]
y mariscos, y se transfieren a las criaturas mayores que se alimentan de
ellos. Los estudios realizados por la Agencia de Protección Ambiental de
los EE.UU. han vinculado la exposición a los contaminantes orgánicos
persistentes con la muerte, enfermedades y anomalías en los peces y otros
animales salvajes. Estos productos químicos penetrantes también pueden
afectar negativamente en seres humanos, el desarrollo del cerebro, el sistema
neurológico, y el sistema reproductor.
Luego están los nutrientes, que se incrementan cada vez más en las
aguas costeras, después de haber sido utilizados como fertilizantes en las
fincas, a menudo lejos de la costa. Todos los seres vivos necesitamos
nutrientes; sin embargo, cantidades excesivas de estos, causan estragos en el
medio ambiente natural. Fertilizantes que se abren paso hacia el agua
influyen en el explosivo crecimiento de algas. Cuando las algas mueren y
se hunden en el fondo del mar, su descomposición toma el oxígeno del agua, oxigeno
que es necesario para mantener la compleja vida marina. Algunas algas
también producen toxinas que matan a los peces y envenenan a los humanos que
consumen productos del mar.
El resultado ha sido la aparición de lo que los científicos marinos
llaman "zonas muertas", áreas desprovistas de la vida en este océano
que la gente más valora. La alta concentración de nutrientes que fluyen
por el río Mississippi y desemboca en el Golfo de México ha creado por
temporadas una zona muerta en alta mar, que es más grande que el estado de
Nueva Jersey. Una zona muerta aún mayor, “la mayor del mundo”,
se encuentra en el Mar Báltico, y es comparable en tamaño a
California. Los dos grandes ríos estatutarios de China, el Yangtze y el
Amarillo, han perdido igualmente su compleja vida marina. Desde 2004, el
número total de esas tierras baldías acuáticas en todo el mundo es mayor a su
número cuadruplicado, de 146 a más de 600 en la actualidad.
Enseñar nuevamente al hombre a pescar -
¿Entonces qué?
Otra de las causas de la disminución de vida en los océanos se debe a
que simplemente los humanos están matando y comiendo demasiados peces. En
el 2003, un estudio frecuentemente citado es el de la
revista Naturaleza donde los biólogos marinos Ransom Myers y Boris
Worm encontraron que el número de peces de gran tamaño, especies de alta mar,
como el atún, el pez espada y marlín, y grandes peces del fondo, como el
bacalao, halibut, y la platija, habían disminuido en un 90 por ciento desde
1950. El descubrimiento dio lugar a controversias entre científicos y
empresarios pesqueros. Sin embargo, estudios posteriores han confirmado
que las poblaciones de peces han caído drásticamente.
De hecho, si uno da una mirada hacia el pasado, más allá de 1950, la
figura del 90 por ciento resulta ser conservadora. Tal como históricos
ecologistas han demostrado, estamos muy lejos de los días en que Cristóbal
Colón informó haber visto un gran número de tortugas marinas que migraban en la
costa del Nuevo Mundo, cuando un esturión de 15 pies lleno de caviar saltó de
las aguas en la bahía de Chesapeake, cuando el Ejército Continental de George
Washington pudo evitar el hambre gracias al festín con un enjambre de sábalos que nadaba río arriba para
desovar, cuando densos criaderos de ostras casi bloquearon la desembocadura del
río Hudson, y cuando a principios del siglo XX el escritor aventurero americano
Zane Grey quedara maravillado ante las agrupaciones de enormes pez espada, atún
y mero que encontró en el Golfo de California.
Hoy en día, el apetito humano casi ha borrado la población
marina. No es de extrañar que los stocks de grandes peces depredadores
estén disminuyendo rápidamente
cuando se tiene en cuenta el hecho de que un atún rojo puede llegar a
valer cientos de miles de dólares en el mercado de Japón. Los altos precios:
en enero del 2013, un atún de aleta azul del Pacífico, de 489 libras, fue vendido a 1,7 millones
de dólares en una subasta en Tokio, hace que sea rentable el emplear aviones y
helicópteros para escanear el océano por los peces que quedan; en conclusión,
contra tales tecnologías, los animales marinos no tienen posibilidades de
sobrevivir.
Tampoco son los peces grandes los únicos que están en peligro. En
cada zona, una vez que desaparecen, las especies depredadoras de larga vida,
como el atún y el pez espada, las flotas pesqueras pasan a las especies menores, a las que se
alimentan de plancton, como las sardinas, anchoas y arenques. La
sobreexplotación de los peces más pequeños priva a los peces silvestres más
grandes de su comida; a los mamíferos acuáticos y aves marinas, como aves
pescadoras y al águila, que también pasan hambre. Los científicos marinos
se refieren a este proceso secuencial como la disminución de pesca en la cadena
alimentaria.
El problema no sólo es que comemos demasiados mariscos, sino también
es la forma en que cogemos. Las modernas flotas pesqueras industriales
arrastran líneas con miles de millas de anzuelos detrás de los barcos, y los
dedicados a la pesca de arrastre industrial en los mares dejan redes a miles de
metros bajo la superficie del mar. En este proceso, muchas especies que no
son objetivo de la pesca [3],
incluyendo tortugas marinas, delfines, ballenas y grandes aves marinas (como
los albatros) son capturados accidentalmente o quedan enredados en las
redes. Millones de toneladas de vida marina no deseada se muere o resulta
herida en las operaciones comerciales de pesca cada año, de hecho, tanto como
un tercio de lo que los pescadores sacan de las aguas, no estaba destinado a
ser pescado. Algunas de las pesqueras más destructivas descartan
entre el 80 y 90 por ciento de lo
que recogen. Por ejemplo, en el
Golfo de México, por cada libra de camarón capturado por un barco de arrastre,
se desperdicia y tira al mar tres libras.
Los océanos disminuyen y
la demanda de sus productos aumenta, la acuicultura marina y de agua dulce
podría parecer una solución tentadora. Después de todo, si se cría ganado
en la tierra para obtener alimentos, ¿por qué no hacer lo mismo en el
mar? La acuicultura está creciendo más rápido que cualquier otra forma de
producción de alimentos, y hoy en día, la mayoría de los pescados que se venden
comercialmente en el mundo y la mitad de las importaciones de mariscos de
Estados Unidos provienen de la acuicultura. Si se hace bien, la
acuicultura puede ser ambientalmente aceptable. Sin embargo, el impacto de
la acuicultura varía mucho en función de las especies de cultivo, los métodos
utilizados, y la ubicación, y varios factores dificultan la producción sana y
sostenible. Muchos peces de cultivo dependen en gran medida de los peces
silvestres procesados para alimento, lo que elimina los beneficios de
conservación de los peces de acuicultura. Los peces de cultivo también
pueden escapar a los ríos y océanos y poner en peligro las poblaciones
silvestres mediante la transmisión de enfermedades o parásitos o por competir
con las especies nativas por zonas de alimentación y reproducción. Los
parques abiertos también contaminan, el envío de desechos de pescado,
pesticidas, antibióticos, restos de comida, las enfermedades y los parásitos se
incorporen directamente a las aguas circundantes.
Destrucción de las fronteras
profundas de la tierra
Otro factor que impulsa la disminución de los océanos es la
destrucción de los hábitats que permitieron que la espectacular vida marina
prospere durante miles de años. El desarrollo residencial y comercial ha
desolado zonas costeras alguna vez
silvestres. En particular, los seres humanos han eliminado pantanos
costeros, que sirven como zonas de alimentación y viveros para peces y otros
animales salvajes, para filtrar los contaminantes, y fortificar las costas
contra las tormentas y la erosión.
Oculta a la vista, pero no menos preocupante es la destrucción total
de los hábitats del océano profundo. Para los pescadores que buscan presas
cada vez más difíciles de alcanzar, las profundidades de los mares se han
convertido en la última frontera de la tierra. Allí, cordilleras
sumergidas llamados montes submarinos, que descienden a decenas de miles y en
su mayoría permanecen desconocidas, han demostrado ser objetivos especialmente
deseados. Algunos se elevan desde el fondo del mar hasta alturas cercanas
a la de Monte Rainier, en el estado de Washington. Las laderas escarpadas,
crestas, y cimas de los montes submarinos en el Pacífico Sur y en otros lugares
son el hogar de una rica variedad de vida marina, incluyendo grandes grupos de
especies sin descubrir.
Hoy en día, los buques pesqueros arrastran enormes redes equipadas con
placas de acero y pesados rodillos sobre todo el fondo del mar y sobre las
montañas submarinas, a más de una milla de profundidad, destruyendo todo a su
paso. Los barcos de arrastre industriales arrasan a su paso a lo largo de
las superficies de los montes submarinos,
reduciéndolos a arena, roca desnuda y escombros. Profundas corales
de aguas frías, algunos mayores que los grandes árboles de California, están
siendo borrados. En el proceso, un número desconocido de especies de estas
islas únicas de diversidad biológica, que podrían albergar nuevos medicamentos
u otra información importante, simplemente se están extinguiendo antes que
los humanos tengan la oportunidad de estudiarlos.
Adicionalmente, nuevos problemas presentan desafíos
adicionales. Las especies invasoras, como el pez león, el mejillón cebra,
y las medusas del Pacífico, están perturbando los ecosistemas costeros y en
algunos casos han causado el colapso de comunidades enteras. El ruido del
sonar utilizado por los sistemas militares y de otras fuentes puede tener
efectos devastadores sobre las ballenas, delfines y otras especies
marinas. Las grandes embarcaciones a toda velocidad por rutas marítimas
también están matando a las ballenas. Por último, el derretimiento del
hielo ártico crea nuevos riesgos ambientales, debido a que los hábitats de vida
silvestre desaparecen, la minería se vuelve más fácil, y las rutas de
navegación se expanden.
Efectos de las aguas calientes
Como si todo esto fuera poco, los científicos estiman que la
influencia del hombre en el cambio climático impulsará la temperatura del planeta
entre cuatro y siete grados centígrados mas a lo largo de este siglo, por lo
que los océanos serán más calientes. Los niveles del mar subirán, las
tormentas serán cada vez más fuertes, y los ciclos de vida de plantas y
animales se pondrán de cabeza, cambiaran los patrones de migración y ocurrirán
otros trastornos graves.
El calentamiento global ya ha devastado los arrecifes de coral, y los
científicos marinos ya prevén el colapso de los sistemas de arrecifes enteros
en las próximas décadas. Las aguas más cálidas expulsan a las plantas
pequeñas que se alimentan de corales y de las que dependen para su coloración
viva. Privados de alimentos, los corales se mueren de hambre, un proceso
conocido como "blanqueo". Al mismo tiempo, el aumento de las temperaturas
del océano promueven la enfermedad en los corales y otras especies
marinas. En ninguna parte son estas interrelaciones complejas
contribuyendo a morir mares más que en los ecosistemas de coral frágiles.
Los océanos se han tornado más ácidos debido a que el dióxido de
carbono emitido por la atmósfera se disuelve en el agua. La acumulación de
ácido en las aguas del océano reduce la disponibilidad de carbonato de calcio,
un elemento clave de los esqueletos y conchas de corales, en el plancton, crustáceos,
y muchos otros organismos marinos. Al igual que los árboles se hacen de
madera para crecer en altura y avanzar hacia la luz, muchas criaturas marinas
tienen conchas duras para crecer y también para protegerse de los depredadores.
Además de todos estos problemas, el impacto más grave del daño a los
océanos por el cambio climático y la acidificación de los océanos puede ser
imposible de predecir. Los mares del mundo apoyan los procesos esenciales
para la vida en la tierra. Estos incluyen complejos sistemas biológicos y
físicos, como el nitrógeno y los ciclos del carbono, la fotosíntesis, que crean
la mitad del oxígeno que respiran los seres humanos y constituye la base de la
productividad biológica de los océanos, y la circulación de los océanos. Gran
parte de esta actividad se lleva a cabo en el mar abierto, donde el mar y la
atmósfera interactúan. A pesar de los destellos de terror, como el
terremoto en el Océano Indico y el tsunami del 2004, el delicado equilibrio de
la naturaleza que sustenta estos sistemas se ha mantenido muy estable desde
mucho antes de la llegada de la civilización humana.
Pero estos complejos procesos, influencian y responden al cambio
climático de la Tierra, y los científicos ven ciertos acontecimientos recientes
como banderas rojas de alerta
posiblemente presagiando una catástrofe inminente. Por poner un
ejemplo, peces tropicales están migrando cada vez más a las aguas más frías del
Ártico y los océanos del sur. Estos cambios pueden dar lugar a la
extinción de especies de peces, poniendo en peligro una fuente de alimento
fundamental, especialmente en los países en desarrollo de los
trópicos. Considerando que los datos de satélite muestran que las aguas
cálidas de la superficie se mezclan con menos frías, aguas más profundas. Esta
reducción en la mezcla vertical separa a la vida marina cercana a la superficie
de los nutrientes por debajo de esta, en última instancia, reducen la población
de fitoplancton, que es la base de la cadena alimenticia del océano.
Adicionalmente, las transformaciones
en el océano abierto pueden afectar drásticamente el clima de la tierra y los
complejos procesos que sustentan la vida, tanto en tierra como en mar. Los
científicos aún no entienden completamente cómo todos trabajan estos procesos,
sin embargo el no tener en cuenta las señales de advertencia puede resultar en
graves consecuencias.
Una manera de salir adelante
Los gobiernos y las sociedades esperan menos del mar. Las líneas
de base de la calidad del medio ambiente, el buen gobierno y la responsabilidad
personal se han desplomado. Esta aceptación pasiva de la continua
destrucción de los mares es aún más vergonzosa teniendo en cuenta lo inevitable
del proceso. Existen muchas
soluciones, y algunas son relativamente simples. Por ejemplo, los gobiernos
podrían 1) crear y ampliar las áreas marinas protegidas, 2) adoptar y hacer
cumplir las normas internacionales más estrictas para la conservación de la
diversidad biológica en el océano abierto, y 3) establecer una moratoria sobre
la pesca de especies de peces disminuidos, como el atún de aleta azul del
Pacífico. Pero las soluciones también requieren cambios más amplios en
cómo las sociedades se acercan a la energía, la agricultura y a la gestión de
los recursos naturales. Los países tendrán que hacer reducciones
sustanciales de las emisiones de gases de efecto invernadero, transitar a una
energía limpia, eliminar las sustancias químicas más peligrosas, y poner fin a
la masiva contaminación por nutrientes en las cuencas hidrográficas.
Estos retos pueden parecer desalentadores, especialmente para los
países centrados en una
supervivencia básica. Pero los gobiernos, instituciones
internacionales, organizaciones no gubernamentales, académicos, y empresas
tienen la experiencia y la capacidad para encontrar respuestas a los problemas
de los océanos. Y han tenido éxito en el pasado, a través de innovadoras
iniciativas locales en todos los continentes, impresionantes avances
científicos, de la regulación y gestión del medio ambiente, así como la adopción
de medidas internacionales importantes, tales como la prohibición mundial de
verter residuos nucleares en los
océanos.
En tanto que la contaminación, la sobrepesca y la acidificación de los
océanos sigua siendo preocupación sólo para los científicos, poco cambiará para
bien. Diplomáticos y expertos de seguridad nacional, que entienden el
potencial de conflicto en un mundo que sufre recalentamiento, deben darse
cuenta de que el cambio climático pronto podría convertirse en una cuestión de
guerra y paz. Los líderes empresariales deben comprender mejor los
vínculos directos entre los mares saludables y economías sanas. Y los
funcionarios de gobierno, encargados del bienestar y confianza de la opinión
pública, sin duda deberán ver la importancia del aire, tierra y agua limpios.
El mundo se enfrenta a una elección. Nosotros no tenemos que
volver a la Edad de Piedra oceánica. En la actualidad, es una pregunta
abierta “Si podemos reunir la voluntad política y el coraje moral para
restaurar la salud de los mares antes de que sea demasiado tarde”. El
desafío y la oportunidad están allí.
[1] ALAN B. SIELEN es Asociado Senior de Política Ambiental
Internacional en el Centro para la Biodiversidad Marina y Conservación del
Instituto Scripps de Oceanografía. Fue Administrador Auxiliar Adjunto de
Actividades Internacionales de la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU.
de 1995 a 2001.
[2] El viejo del mar: el blenio flecos, fotografiado cerca de Japón.
(Alexander Semenov / Science Photo Library)
[3] Enredado en azul: un lobo fino del antártico atrapado en una red de
pesca, isla del sur de Georgia. (Yva Momatiuk & John Eastcott / Minden
Pictures / Corbis)
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