Imagen:
Jorge Contreras EDUCARTE
Don Marcos Medina, a la
sazón, cuartapartero de Chiapón[2], después de las ventas realizadas el día
sábado a las placeras[3] que transportaban los productos para venderlos
a su vez el domingo en San Miguel; y aprovechando la luna llena, había salido a
las nueve de la noche, venía montado en
su mula.
A la altura de La
Meseta, se colocó su poncho merino, a cordoncillo, que le había tejido su Rosa.
Al trote ligero de la
mula, a la media noche se encontraba por la cuesta de Cayangad. La piedra plana
que existe en una de las curvas del camino y que sirve de descanso a los
dolientes que llevan sus difuntos a enterrarlos en el cementerio de la ciudad,
brillaba a lo lejos.
Cuando se hubo acercado
a ella, la mula pajareaba[4].
-¡Quieta mula! - dijo
sereno. Al centro de la piedra vio a un niño que lastimero lloraba y que como
era pequeño, todavía no hablaba. Estaba envuelto en un pequeño rebozo.
-Pobre niñito -dijo para
sí- mi deber de cristiano es protegerlo, lo llevaré a San Miguel, la Rosa lo
cuidará; si no aparecen sus padres lo criaremos como a nuestro hijo. Lo
envolvió con su chalina y lo abrigó con su poncho. Lo subió a la acémila. Don
Marcos picó espuelas.
La mula, antes ágil,
ahora se mostraba lerda, se cansaba. Él
mismo sentía un peso
tremendo en sus piernas, donde reposaba el niñito.
En eso:
- Papá, papá, mira mi
diente. -Dijo el niño-. Don Marcos, pensando en llegar lo más pronto a San
Miguel, no le hizo caso. Sin embargo otra vez:
- Papá, papá, mira mi
diente. -Repitió el niño, descubriendo su rostro. Su cara era colorada, casi
roja, sus ojos chispeaban candela, y dos dientes de oro como colmillos, le
brillaban en la boca.
¡Carajo!, la tentación
-dijo- y sin pensarlo dos veces lo arrojó por la pendiente, rodando el
duendecillo cuesta abajo.
Don Marcos, rezando
entrecortadamente el Magnificat, espoleando con desesperación, azotando y
haciendo sudar a la mula llegó a San Miguel, más muerto que vivo. Pasando el
umbral de su casa votó espuma por la boca
y se desmayó.
Al día siguiente, doña
Rosa Paredes, llevó al cura a su casa
para que santiguara a su esposo.
Jamás volvió a trajinar
de noche.
[1] Relato escrito sobre la base de lo referido por la Srta. Elisa
Caballero Malca.
[2] Chiapón es un paradisíaco valle interandino a la ribera derecha del
río Púclush, tributario del Jequetepeque, en el distrito de San Miguel. Produce
frutas, yuca, camote, maíz morocho, ají y otros de pan llevar. En épocas de este suceso, Chiapón, era
usufructuado compartiendo la producción en tres cuartas partes, para el
agricultor; y, una cuarta parte para los dueños. Los propietarios no la
administraban directamente sino que vendían
sus derechos por un año, al que lo adquiría le llamaban el cuartapartero
y tenía como decíamos líneas arriba el derecho a la cuarta parte de la
producción.
[3] Placeras: Nombre con que se conoce a las mujeres que compran productos
de pan llevar de los valles interandinos de San Miguel y llevan a venderlos el
día de mercadeo que es el domingo.
[4] Pajareaba: Expresión en la jerga de los criadores de acémilas para
indicar que es asustadiza.
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