Sin duda la violencia terrorista generó una profunda crisis
política, económica y social en el Perú, durante dos décadas, de 1980 a 2000.
Sin embargo, en la primera (1980-1990), se produjeron los hechos más
sanguinarios y devastadores que fueron acompañados, lamentablemente, por una
intensa campaña de información periodística que, en verdad, no supo estar a la
altura de esta grave circunstancia, constituyéndose, por el contrario, en un
importante factor generador de más hechos de violencia.
La violencia fue generada tanto por el Partido Comunista del
Perú, denominado Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA). Esta escalada de violencia comenzó el 17 de mayo de 1980, en el
distrito de Chuschis, Ayacucho, con la quema de las ánforas electorales que
convocó el gobierno de facto del general Francisco Morales-Bermúdez Cerrutti,
para retornar a la democracia y entregar el poder al candidato que el pueblo
eligiera. Había dos postulantes con mayor opción, el de Acción Popular
(Fernando Belaunde Terry) y el del APRA (Armando Villanueva del Campo). Semanas
después, SL se atribuyó el hecho y comenzó a prender fuego en las profundas
quebradas andinas. Masacró tanto a autoridades comunales y distritales como a
campesinos indefensos.
Lima no prestó mayor importancia a estos hechos. El ministro
del Interior, José María de la Jara y Ureta, responsabilizó de los hechos a los
abigeos, mientras el director superior de la Guardia Civil, teniente general GC
Juan Balaguer Morales, habló de un plan político de la ultraizquierda. Ello,
sin duda, originó la separación del oficial del alto cargo que ocupaba, siendo
reemplazado por el teniente general GC Humberto Catter Arredondo, quien mostró
permeabilidad ante el ministro y ratificó lo que éste había señalado.
En suma, mientras la política del gobierno fue minimizar las
acciones “subversivas”, los senderistas arreciaron su accionar violento y
pasaron a cometer delito de terrorismo. El ejemplo lo tenemos en el atávico
ataque comandado por la terrorista Edith Gloria Lagos Sáenz, en la navidad de
1980. Nuestra legislación no lo tipificaba, por lo que el gobierno sancionó el
D. Legislativo N° 046, de 10 de marzo de 1981. Inmediatamente después se creó
la Dirección contra el Terrorismo (DIRCOTE), como un órgano especializado de la
Policía de Investigaciones del Perú (PIP)
Como la situación se agravó y la prensa nacional comenzó a
ocuparse de los problemas del interior, denunciando los sangrientos hechos delincuenciales
y cierta indiferencia por parte del gobierno, éste se vio obligado a decretar
el “Estado de Emergencia”, en los departamentos de Ayacucho, Apurímac y
Huancavelica, al amparo del artículo 231 de la Constitución de 1979, y encargar
“el mantenimiento del orden interno” a las Fuerzas Armadas, quienes lo
asumieron en diciembre de 1982. A fines de enero de 1983, caerían los ocho
periodistas en Uchuruccay, noticia que dio la vuelta al mundo. En consecuencia,
la pradera ya estaba encendida y comenzó a arder sin cesar. Las primeras
páginas de periódicos y revistas así como los “flashes” de la radio y la TV
fueron teñidos de sangre, fuego, lágrimas, atentados, secuestros y
persecuciones, engendrando quizá más violencia (finalidad perseguida por el
terrorismo), tanto en los delincuentes terroristas como en algunos malos o
equivocados miembros de las fuerzas del orden (quizá como legítima defensa o
venganza), y el pueblo peruano resignado aceptó lo que se denominó la “Cultura
del apagón y del toque de queda”.
Es más, el gobierno reaccionó tipificando el delito de
“apología del terrorismo”, para lo cual modificó e incorporó esta figura en el
artículo 288 “D”, del Código Penal. Posteriormente, con el afán de viabilizar y
otorgar procesalmente las garantías constitucionales a los ciudadanos, el
presidente Belaunde promulgó la Ley del Hábeas Corpus y Amparo (Ley N° 23506),
el 8 de diciembre de 1982. Entonces, en nuestra calidad de abogado y vicedecano
nacional del Colegio de Periodistas, ejercimos la defensa de muchos colegas que
injusta e indebidamente fueron denunciados por este nuevo delito de “apología
del terrorismo.”
Investigación
Científica
Esta grave situación, nos preocupó desde entonces. Sólo
después de un tiempo prudencial transcurrido, decidimos realizar una exhaustiva
investigación científica de nivel descriptivo-explicativo expost facto, con la
finalidad de determinar cuáles fueron las causas que originaron que la
información periodística llegara a generar más hechos de violencia terrorista.
A los efectos de tener un enfoque integral, revisamos cuatro teorías de las
ciencias sociales que han trabajado y siguen trabajando con denuedo las causas
y consecuencias de la violencia, como la Criminología, las Ciencias de la
Comunicación, la Sicología y la Sociología. Es obvio, que estas ciencias desde
que comenzaron a estudiar el fenómeno de la violencia produjeron planteos
discordantes. Veamos.
Es cierto que la Criminología le otorga a la información una
“influencia condicionante relativa”, mientras que las tres siguientes –Ciencias
de la Comunicación, la Sicología y la Sociología, señalan que la “influencia es
determinante”. Empero, asimismo, la Teoría de la Comunicación aporta la tesis
de que la influencia está más en el receptor/auditorio que en los medios de comunicación,
lo cual constituía un nuevo enfoque a este estudio.
Palabras más palabras menos, nos propusimos comparar los
planteos teóricos de estas ciencias con la realidad empírica investigada. Ello
nos permitió comprobar que la información periodística se constituyó en factor
generador de hechos de violencia terrorista al ser o servir los medios de
comunicación social de caja de resonancia o estímulo coadyuvante en la comisión
de actos de violencia terrorista, dado los parciales éxitos obtenidos en la lucha
o confrontación política y militar de los delincuentes terroristas contra los
gobiernos de entonces y las fuerzas del orden, en particular, y contra el
“sistema democrático burgués”, en general, al cual creían poder derribar o
destruir, creando caos y terror en la sociedad, en el Estado-nación, para
construir uno nuevo. Lo cual, obviamente, no sucedió ni podía suceder porque el
Estado-nación, léase pueblo, se encontraba sólido y sus fuerzas del orden
(Fuerzas Armadas y Policía Nacional) aún tenían gran capacidad operativa de
guerra, de destrucción total al enemigo. Esto, obviamente, si hubiera sido
necesario como última medida para cumplir legítima y jurídicamente la finalidad
de defender la libertad, la democracia, la Constitución y las leyes.
Base de la
Investigación
La investigación, de un lado, se efectuó sobre las
informaciones periodísticas de violencia terrorista en los principales medios
de comunicación social en el período de 1980-1990; y, de otro lado, se encuestó
a 278 terroristas como muestra de una población de 1000 sujetos, ora condenados
por este delito cumpliendo sentencia, ora indultados, ora en libertad después
de haber cumplido la pena impuesta. Asimismo, se efectuó una entrevista de
fondo a algunos de ellos, máxime, a los reconocidos como principales
cabecillas.
Inquietud por conocer
Nos formulamos, entonces, las siguientes interrogantes:
¿Fueron, realmente, los medios de comunicación social o mass media agentes
perniciosos para la sociedad? O ¿fue la clase de información, de los contenidos
o mensajes, los que perjudicaron al auditorio/receptor? Y, en este sentido,
¿Fue, entonces, posible que la información de la violencia terrorista generara
más hechos de violencia terrorista?
Obviamente, obtener las respuestas a estas inquietudes no
fue tarea sencilla ni fácil. Requirió, más bien, de un lado, un profundo
análisis teórico; y, de otro lado, la investigación de campo que hemos
mencionado.
Teorías
La violencia siempre ha estado presente en todos o en casi
todos los movimientos revolucionarios que han buscado reformar las estructuras
sociales, económicas y políticas. De esta suerte, la violencia es consustancial
a la naturaleza humana y se da más o menos en todas las relaciones sociales.
Sólo puede ser mediatizada por el grado de socialización, afirma el R. P. Felipe
Mac Gregor S.J., ex rector de la PUCP y estudioso de esta problemática.
Sobre la violencia y el terrorismo existen muchos y muy
buenos trabajos de investigación desde múltiples perspectivas, tanto de autores
nacionales como extranjeros. Entre los primeros, por ejemplo, Gonzalo
Portocarrero: Violencia estructural: Sociología (1990); César Rodríguez
Rabanal: Violencia estructural: Psicoanálisis (1990); Gustavo Gorriti E:
Sendero: Historia de la guerra milenaria en el Perú (1991); Francisco Eguiguren
P.: Violencia estructural: Derecho (1990); María del Pilar Tello: Perú: el
precio de la paz (1991), etc. Es más, de otro lado, el Estado peruano se
preocupó por este fenómeno y conformó en el año 2001 la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR), la cual se encargó de estudiar, analizar e interpretar la
violencia terrorista desde 1980 al 2000.
Palabras más palabras menos, todos coinciden en que cuando
la realidad económica, social y política de un Estado-Nación no viabiliza la
realización de sus ciudadanos, se produce una violencia estructural,
institucional y personal que desbordará los límites legales y/o normales de las
frustraciones, incurriendo en delito o faltas, tanto de quienes ejercen el
poder –gobierno- como de los gobernados –pueblo- dentro de una serie de
“estructuras de dominación.”
La Criminología
Si la violencia está en el hombre y lo puede conducir al
delito, y, asimismo, el grado de socialización con la realización personal
ejerce una gran influencia en la comisión del mismo, entonces, la violencia
también es objeto de estudio de la Criminología. Más aún, cuando hoy, se acepta
que la Criminología es una ciencia social interdisciplinaria y la preeminencia
de su enfoque integral BIO-SIQUICO-SOCIAL que planteó el criminólogo y profesor
francés Jean Pinatel [1], por lo que
los criminólogos han estructurado una teoría criminológica de la violencia como
la que sostiene el criminólogo argentino de origen israelita, Israel Drapkin [2],
la misma que ha sido enriquecida con un enfoque multidisciplinario. Apreciación
que se tuvo en cuenta para estudiar, analizar e interpretar el caso concreto de
la violencia terrorista desarrollada en Perú, en la trágica década de los años
80.
El incremento de las acciones delincuenciales por los grupos
terroristas, hizo pensar a las autoridades y a la opinión pública que se debía
a la amplia y hasta excesiva información de la violencia terrorista. Para ello,
algunos estudiosos desempolvaron teorías y planteamientos del periodismo y de
la propaganda, disciplinas hoy agrupadas en las Ciencias de la Comunicación.
En efecto, en este contexto, la Teoría de la Comunicación
explica que la repetición de la información (contenido o mensaje) induce a la
acción tal como lo afirma el comunicólogo y profesor venezolano Héctor Mujica. [3]
Esto es tratado cuando se aborda los aspectos de la difusión, que, como especie
de la comunicación, consiste en el reforzamiento y ampliación del mensaje por
parte del emisor y que concluye con la adaptación (acción) del receptor/destinatario
en el proceso comunicativo. La difusión es usada en las campañas periodísticas,
por la propaganda partidaria, ideológica o religiosa; por la publicidad para la
venta de bienes o servicios y por las relaciones públicas para lograr el
proceso de integración de intereses comunes y necesidades complementarias del
hombre, la entidad corporativa y la sociedad.
Si es verdad que sobre el terrorismo en particular y la
violencia en general se ha escrito mucho, tanto en el Perú como en el exterior,
no es menos cierto que muy poco o nada se ha investigado –y tampoco publicado–
sobre la información de la violencia terrorista como factor generador de más
hechos de violencia terrorista. En este contexto, por ejemplo, ¿cómo fue
utilizada la propaganda por los terroristas?, ¿Cómo se valieron de la
información proporcionada por ellos mismos?, ¿Qué utilidad obtuvieron con la
desmedida información de la violencia terrorista?, etc.
De otro lado, partiendo del estudio de Pinatel, formulamos
la hipótesis de la “Personalidad criminal del delincuente terrorista”,
identificándola con las siguientes características: 1. Egocentrismo. Creen ser
los elegidos o quieren ser el centro de la atención. 2. Indiferencia afectiva o
insensibilidad moral. Perversidad. 3. Labilidad. Propenso a caer o facilidad
para pasar al acto delincuencial. 4. Agresividad. Gran capacidad innata de
violencia y destrucción. Personalidad criminal que resumimos con la sigla de
EILA. [4]
Estigmatización de la
Prensa
Fue el padre de la Criminología, Cesare Lombroso
(1835-1909), quien originalmente “estigmatizó la influencia nefasta de la
prensa”, según afirmación de Pinatel. [5]
En efecto, Lombroso, apuntó: “esas excitaciones mórbidas, son centuplicadas
ahora por el aumento prodigioso de esos periódicos verdaderamente criminales
que mojan su pluma en la más fétida podredumbre de las llagas sociales y, en el
solo objetivo de una ganancia abyecta, excitan los apetitos malsanos y la más
malsana curiosidad de las bajas clases sociales; yo los compararía con esos
gusanos que, salidos de la putrefacción, la aumentan aún más con su presencia.”
[6]
Con él se dio “el origen de la teoría tradicional que incrimina los estímulos
suplementarios a la delincuencia que derivan de cierta prensa”, señala Pinatel [7]
A partir de entonces, se inició el estudio de la prensa como
factor criminógeno. Poco después, también se le incorporó al cine en virtud al
gran desarrollo que ostentó gracias a los avances tecnológicos. Dentro de estos
parámetros, en el año 1918, el famoso criminólogo estadounidense Maurice
Parmelee, Ph. D., en Filosofía y profesor de principales universidades de su
país, apuntó en su obra intitulada Criminología sobre “la influencia de la
prensa sensacionalista en los llamados periódicos amarillos, a la propensión al
delito con las descripciones que ofrecen de los actos criminales.” [8]
Estos planteos también tuvieron eco en el Perú, ora
aceptándolos o rechazándolos. En el primer enfoque estuvieron, entre otros,
Manuel González Prada Ulloa, Francisco García-Calderón Rey y el ilustre
penalista y criminólogo Eduardo Mimbela de los Santos, quien sustentó: “Es
innegable que en la teoría de la imitación de Tarde existen verdades casi
absolutas en relación con el crimen. De allí que factores como el cine y la
prensa tengan notable incidencia criminológica en la acción delictiva. Toda
novedad en el delito se imita o se copia por otros delincuentes.” [9]
En el segundo, se ubica el profesor sanmarquino y criminólogo Oscar Miró
Quesada de la Guerra, al señalar que la prensa solo ejercía cierta influencia a
la predisposición del hombre a cometer delito, empero, la incidencia era muy
“poca cosa” como lo afirmó después el criminólogo Stephan Hurwitz, profesor de
la Universidad de Copenhague, en su enjundioso estudio “La presse et la
criminalité.” [10]
En consecuencia, hasta finales de los años 70 teníamos dos
planteos o posiciones encontradas: 1. La de causa directa, que es la
tradicional y que parte con Lombroso y ha continuado afirmándose que la
información de violencia es un factor criminógeno, a la que se han adherido
Pinatel, Drapkin, Joseph Klapper; Alberto Bandura; Leonard Berkowitz; Jean
Chazal; José López Riocerezo; Armand Mattelari; Herbert Schiller; Fernando
Tocora, entre otros. 2. La de acción catártica, sustentada en la teoría
sicoanalítica que defiende la posición de que la información de la violencia
solo produce más bien efecto de catarsis (liberación) y no de generador de
actos violentos.
Empero, posteriormente, surgió una tercera posición de
carácter ético. 3. La de la responsabilidad, que exige un comportamiento ético
de parte de la prensa o medios de comunicación en la información de los
contenidos violentos, respetando la función o finalidad de los mismos. Fue
sostenida por el sacerdote jesuita Tony Mifsud, S.J, en su estudio “Los medios
de comunicación (¿o conflicto? Social”. Palabras más palabras menos, se trata de
un autocontrol, planteo que lo sostuvo la prensa responsable interesada en
“promover y preservar el cumplimiento de los altos niveles éticos que
invariablemente deben regir a la prensa nacional”, de acuerdo con los
principios del Consejo de la Prensa Peruana. [11]
Tecnología Comunicacional
Si bien es verdad que a finales del siglo XVIII, el político
y jurista británico Edmund Burke llamó a la prensa “el cuarto poder”, no es menos
cierto que este poder aún continúa y ha sido objeto de estudio de la teoría de
la comunicación.
Fue la denominada “Escuela de Chicago” promovida
originalmente por el comunicador Paul F. Lazarsfeld, quien le dio consistencia
al grupo de investigaciones empíricas en el Bureau of Applied Social Research
en la Universidad de Columbia y fortaleció la Mass Communication Research. La
consolidó el profesor Wilber Schram, quien aportó el proceso de comunicación
(una fuente, un mensaje y un destino) y la existencia de la retroalimentación o
feed-back. En 1956 llegó a determinar que la influencia de los mass media no era
tan decisiva de acuerdo con los resultados de la investigación del sociólogo y
comunicador estadounidense Dennis Mc Quail [12]
De otro lado, en Alemania había surgido la “Escuela de
Francfort” con Theodor Adorno e incorporados posteriormente Herbert Marcuse y
Jürgen Habermas. Ella se dedicó a estudiar la comunicación masiva o de masas
llegando a la conclusión que los mass media servían para alienar al hombre
alentando la “industria cultural”, propaganda y publicidad para el consumismo
de ideas y productos, respectivamente. Concluyendo que sí había influencia de la
comunicación en el comportamiento del receptor.
Frente a estas dos posiciones encontradas surgió una
tercera, formulada por el sicólogo social Melvin De Fleur, quien la sustentó en
dos teorías: 1. De las diferencias individuales, al señalar que todos los seres
humanos somos diferentes de acuerdo con nuestra estructura psicológica,
teniendo en cuenta los “niveles de atención y percepción.” 2. De las normas
culturales, afirmando que “el comportamiento individual es generalmente guiado
por normas culturales (o por las impresiones de actor de lo que son las normas)
respecto de una idea o situación determinada.” [13]
En concreto, De Fleur concluyó en que “los medios pueden
influir” en la audiencia que no es uniforme y que puede ser manipulable o
influenciable en función a las diferencias individuales y de las normas
culturales, en los siguientes aspectos: i) En reforzar las pautas existentes;
ii) En crear nuevas convicciones compartidas respecto a temas poco conocidos
por el receptor; y, iii) Cambiar normas preexistentes cuando éstas no están
bien consolidadas. Sin duda, esto fue determinante en la medida que la
información reiterada se transforma en difusión generando los cambios
perseguidos por el emisor en grados diferentes en el receptor según su calidad
intelectual y moral, teniendo ambos las ventajas de la tecnología
comunicacional: el emisor tiene a su favor el impacto y la repetición, mientras
que el receptor cuenta con el zaping y la variedad de programas.
Sicología de la
Violencia
Para formular una teoría sicológica de la violencia tuvimos
en cuenta la agresión humana, la personalidad y las causas de su realización.
En cuanto a las teorías psicológicas de la agresión humana, según los
tratadistas John Darley, Sam Glucksberg y Ronald Kinchla, “originalmente
partieron de las teorías del aprendizaje y el condicionamiento. Después fueron
ampliadas por las perspectivas del aprendizaje social de Alberto Bandura y
otros, que reconocieron que muchos de los actos agresivos se aprenden mediante
la observación.” [14]
En efecto, Bandura con sus valiosas investigaciones aportó
la existencia del aprendizaje observacional, y por ello ha sido incluido en la
“teoría de causa directa” de la influencia de la prensa como factor criminógeno
o generador de violencia en la Criminología, tal como lo apunta el ilustre
criminólogo y profesor Alejandro Solís Espinoza. [15]
Sin embargo, hay otras posiciones, empero, lo cierto es que la realidad le ha
dado la razón a Bandura, más aún cuando la propia “teoría de la comunicación”
le otorga esta importancia a los mass media.
Sociología y
Violencia
No cabe duda que la sociología tiene por objeto el estudio
de la realidad social. Y esto es explicar su naturaleza y las interrelaciones
que ella genera. Exige, pues, una descripción y análisis para comprender la
realidad social. Sobre el tema de la influencia de la información hay muchas teorías,
empero, en suma, los sociólogos de los mass media han comprobado que “la
difusión de los medios masivos se halla altamente correlacionada con varios
índices de desarrollo: alfabetización, urbanización, ingreso percápita, etc…
que en los países desarrollados existe una estrecha relación entre el uso de
los medios masivos y las actitudes, la conducta y la información que se posee
con respecto al cambio social”, según afirma Mc Quail. [16]
Objetivos de la
Investigación
El objetivo general fue establecer si la información
periodística generó hechos de violencia terrorista durante los años 1980 a
1990.
Entre los objetivos específicos estuvieron: i) Determinar si
la revisión de hechos apologéticos influyeron en la cantidad de hechos de
violencia terrorista de los años 1980 a 1990. ii) Establecer si los efectos
colaterales de acciones apologéticas influyeron en la cantidad de noticias sobre
la violencia terrorista en el período señalado. iii) Precisar si el análisis de
contenido de los diferentes hechos de violencia terrorista repercutieron
negativamente en los medios de comunicación durante este mismo período. iv)
Determinar si la información de los hechos de violencia terrorista influyó de
manera mediática en los principales medios de comunicación durante los años
1980 a 1990. v) Establecer si la reacción violenta del Estado influyó en la
información de las acciones terroristas mediante los mass media y si éstas
fueron causa u origen de incremento de las mismas durante el período señalado.
Conclusiones
1. Se estableció que la revisión de hechos apologéticos
influyeron en la cantidad de hechos de violencia terrorista de los años 1980 a
1990.
2. Se determinó que los efectos colaterales de acciones
apologéticas influyeron en la cantidad de noticias sobre la violencia terrorista
durante este período.
3. Se precisó que el análisis de contenido de las noticias
de los diferentes hechos de violencia terrorista repercutieron negativamente en
los medios de comunicación durante los años indicados.
4. Se determinó que la información de los hechos de
violencia terrorista influyó de manera mediática en los principales medios de
comunicación durante los años 1980 a 1990.
5. Se estableció que la reacción violenta del Estado influyó
en la información de las acciones terroristas mediante los mass media, empero,
éstas no fueron causa u origen de incremento de acciones violentas durante el
período señalado.
Finalmente, como conclusión general, se estableció que la
información periodística se constituyó en factor generador de más hechos de
violencia terrorista durante los años 1980 a 1990.
Recomendaciones
1. Promover y lograr un acuerdo entre los propietarios y/o
directores de los medios de comunicación para establecer límites a la
información sobre violencia terrorista o no, mediante el autocontrol o
autocensura claramente señalada en códigos de Ética, con el principal fin de
evitar ser cajas de resonancia de actos ilícitos que otorgan alguna importancia
o preponderancia a sus autores, como infundir terror, sumir en la zozobra o
crear inestabilidad en determinados órdenes, político, económico y/o social. En
este orden de ideas, inclusive la alarmante información económica que genera y
está calificada como terrorismo económico.
2. Propender a elevar los niveles culturales de los
segmentos populares C, D y E, con la finalidad de enriquecer sus diferencias
individuales y tengan mayor autocontrol social con una sólida formación ética y
moral, rica en valores, como el culto por la verdad, responsabilidad, justicia
y solidaridad, que les permita rechazar y repudiar la información de violencia
y, consecuentemente, los hechos de violencia terrorista. Con ello, se generaría
una cultura por la paz, que puede ser reforzada con sentimientos solidarios y
de justicia social.
[1] PINATEL,
Jean. Criminología, Tomo III, en Tratado de Derecho Penal y de Criminología de
Pierre Bouzat y Jean Pinatel, segunda edición, Universidad Central de Venezuela, Facultad de
Derecho, Caracas, 1974, 761 pp.
[2] DRAPKIN,
Israel. Criminología de la Violencia, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1984,
138 pp.
[3] MUJICA,
Héctor. El Imperio de la Noticia. Caracas. Ediciones de la Biblioteca de la
Universidad Central de Venezuela, 1967. p. 29.
[4] DEL SOLAR,
Francisco José. “La Criminología y el terrorismo”, en la Revista del Foro, del
CAL, Año LXXIV- N° 2, julio-diciembre 1987.pp. 169-186.
[5] PINATEL,
Jean. Op. Cit. p. 169.
[6] LOMBROSO,
Cesare. Teoría del delincuente nato. 1899. p. 252.
[7] PINATEL,
Jean. Op. Cit. p. 169.
[8] PARMELEE,
Maurice. Criminología. Madrid. Editorial Reus S.A. 1925. p. 126.
[9] MIMBELA DE
LOS SANTOS, Eduardo. Criminología. UNMSM. Lima. 1988. p. 164.
[10] HURWITZ,
Stephan. Criminología. Barcelona. Ediciones Ariel. 1956. 186-191.
[11] DECLARACIÓN
PÚBLICA APARECIDA EN LOS PRINCIPALES DIARIOS DEL PAÍS, del 29-11-1996.
[12] MC QUAIL,
Dennis. Influencias y efectos de los medios masivos. Fondo de Cultura
Económica. México. 1981. p. 87.
[13] DE FLEUR,
Melvin. Teoría de la Comunicación de Masas. Paidós. Buenos Aires. 1975. p. 180.
[14] AA.VV.
Psicología. Universidad de Princeton. Cuarta edición. Prentice-Hall
Hispanoamericana S.A. México 1990. p. 763.
[15] SOLÍS
ESPINOZA, Alejandro. Criminología. Panorama Contemporáneo. Lima. Editorial y
Distribuidores de Libros EDDILIS.A. 1986. p. 136 y ss.
[16] MC QUAIL,
Dennos. Sociología de los medios masivos de comunicación. París. Editions Gram
Mont S.A. 1973. p. 111.