LOS 100 AÑOS DEL
LIBRO AZUL BRITÁNICO
En julio de 1912, se hizo público el Libro Azul Británico,
el informe del irlandés Roger Casement sobre atrocidades cometidas por la
Peruvian Amazon Company contra los indígenas en el Putumayo durante la llamada
época del caucho.
“Casi en todas partes los indios llevaban rastros de haber
sido azotados, en muchos casos de haber sido brutalmente flagelados y las marcas
del látigo no se limitaban solamente en los hombres.”ROGER CASEMENT.
“Asamblea de
haraganes armados”.
Así llamó el irlandés Roger Casement (1864-1916), a los
empleados blancos y a los capataces barbadenses, quienes, durante la primera
década del siglo XX, en nombre de la explotación del caucho, cometieron
atrocidades contra los indígenas de la región del Putumayo, ubicada entre los
ríos Caquetá y Putumayo, en la zona fronteriza con Colombia. Huitotos, ocaimas,
andoques, boras, además de otras tribus menores como los muinanes, nonuyas y
rezígaros, fueron atropellados en nombre del progreso.
Antes de llegar a Iquitos, el 31 de agosto de 1910, desde
donde partiría a la región del Putumayo y donde permanecería hasta el 25 de
noviembre de ese año, Casement se desempeñaba como cónsul en Río de Janeiro.
Llegó al Perú enviado por el gobierno inglés al frente de una comisión para
investigar “las posibilidades de desarrollos comerciales de las propiedades de
la compañía y averiguar sobre las relaciones actuales entre los empleados
nativos y los agentes de la compañía”, tal como refiere la primera carta
enviada al irlandés desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña,
fechada el 21 de julio de 1910.
La misiva integra, junto a otras 49 cartas y anexos, el
Libro Azul Británico. Informe de Roger Casement y otras cartas sobre las
atrocidades en el Putumayo, hechas públicas originalmente en julio de 1912 por
los gobiernos del Reino Unido y Estados Unidos, y se ha reeditado este año, con
motivo del centenario, por el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación
Práctica (CAAAP) y el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas
(IWGIA).
CONTEXTO MUNDIAL
El auge de las gomas silvestres, llamado también látex o
caucho de la Amazonía, se dio entre fines del siglo XIX y 1914. “Es el siglo en
que maduran la revolución industrial y se consolida el capitalismo”, recuerda
Alberto Chirif. En Europa y Estados Unidos se forjan las “visiones de progreso
tanto como las actitudes de superioridad y racismo frente a sus poblaciones
originarias”. Por su parte, en los países de la cuenca amazónica “se conforman
como repúblicas”, a excepción del Brasil, que lo hizo en 1889.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX también se da “la
ampliación del conocimiento sobre los ríos amazónicos”. En el Perú, en 1860 se
forma la Comisión Hidrográfica del Amazonas que luego, en 1901, la reemplaza la
Junta de Vías Fluviales, con el rol similar de “explorar las principales
cuencas de la región, levantar mapas sobre su curso y navegabilidad y elaborar
informes sobre sus recursos y población”, explica Chirif. También por esos
años, diversos gobiernos extranjeros se interesan por explorar la Amazonía.
Alberto Chirif señala tanto el auge de la explotación del
caucho amazónico como su posterior crisis, a partir de 1914, se debió a la
demanda del mercado internacional. Empezó tras el proceso de vulcanización
realizado en 1839 por Charles Goodyear y el posterior uso del caucho “como
aislante de cables, amortiguadores para ferrocarriles, bandas de billar,
fabricación de zapatos y prendas impermeables”. Y continuó con más fuerza con
la reinvención, en 1888, de la llanta neumática por John Dunlop para la
industria de la bicicleta y el automóvil.
Para los años del informe, el Perú solo aportaba el 6.2% de
la industria de gomas de caucho mientras Brasil ocupaba el 90% del mercado
mundial. Hasta que la propia Gran Bretaña, en sus colonias, empezó a producir
caucho a menor costo. Ahí terminó la historia de la era del caucho en el
Perú.
EL LIBRO DE CASEMENT
De toda la correspondencia entre funcionarios británicos y
norteamericanos –entre el 21 de julio de 1910 y el 27 de junio de 1912–
publicada como el Libro Azul Británico, Casement redactó directamente cinco
cartas y dos informes para el ministro, sir Edward Grey.
Como dijo Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran
Bretaña, Casement era un “especialista en atrocidades”. Mario Vargas Llosa
recreó en la novela El sueño del Celta (2010) los hechos y la figura del
irlandés, sumándose a otros novelistas como Joseph Conrad, James Joyce y W. G.
Sebald, o el poeta W. B. Yeats, que se inspiraron en el personaje.
Se nombró a Casement como cónsul general porque era la mejor
garantía de un trabajo ecuánime en el Putumayo: ya había denunciado las
atrocidades de que eran capaz de cometer los caucheros en el Congo Belga. El
informe que publicó al respecto en 1903, junto a Edmund Dene Morel, causó
incredulidad entre los ingleses, europeos y norteamericanos. “Así se defendía
el ser humano contra todo aquello que mostraba las indescriptibles crueldades a
las que podía llegar azuzado por la codicia y sus malos instintos en un mundo
sin ley”, opina el personaje vargasllosiano.
El irlandés partió de Iquitos el 14 de setiembre de 2010 y
ocho días más tarde llegó a “La Chorrera”, la principal estación de la
compañía. Ahí empezó con los “testimonios directos”. Logró que hablen 30 de los
196 barbadenses –súbditos británicos–, que fueron contratados en la isla de
Barbados entre 1904 y 1905, por la Peruvian Amazon Company (PAC), del polémico
político y empresario peruano Julio César Arana (1864-1952), principal
accionista y gerente de la empresa cauchera con acciones en la Bolsa de
Londres. La misma firma había funcionado en el Putumayo antes como “J.C. Arana
y Hnos.” y “Casa Arana”.
“Aunque ya había noticias de los crímenes del Putumayo, fue
recién en 1909, a raíz de una serie de artículos semanales escritos por Walter
Handerburg en la revista londinense Truth denunciando las atrocidades cometidas
por los trabajadores de la empresa, que el tema alcanzó repercusión
internacional y ocupó las primeras planas de periódicos europeos y americanos”,
explica el investigador Manuel Cornejo Chaparro en una nota introductoria a la
reciente edición.
También estaban los escritos del periodista Benjamín Saldaña
Roca, quien en los diarios La Felpa y La Sanción, de Iquitos, “enumeraba los
distintos tipos de castigo a los indígenas por las faltas que cometían:
latigazos, encierro en el cepo o potro de tortura, corte de orejas, de narices,
de manos y de pies, hasta el asesinato”, recuerda el Casement de El sueño del
Celta. (El Saldaña de carne y hueso, fue llevado a empujones en 1909 hacia el
puerto de Iquitos por sus enemigos, pudo huir, y falleció en Cerro de Pasco
cinco años más tarde).
En su primera carta, fechada el 7 de enero de 1911, el
cónsul general Casement resume al ministro Edward Grey lo visto: “La situación
revelada es absolutamente lamentable y justifica por completo las peores
acusaciones contra los agentes de la Peruvian Amazon Co. Y sus métodos de
administración del Putumayo”. Luego, en un documento anexo, da los nombres “de
algunos de los peores criminales en el Putumayo, todos ellos acusados de
ofensas atroces contra los indios”. Se trata de 14 jefes de secciones, todos
peruanos menos Armando Normand, un boliviano formado en el Reino Unido; el
peor, a decir de Casement. “Los crímenes cometidos por este hombre son
incontables (...) había hecho cosas que ninguno de los demás había hecho”. A
ellos suma nombres de ocho agentes subordinados, entre los que figuran
peruanos, colombianos y un barbadense.
LOS DEBERES (DE LOS EMPLEADOS) CONSISTEN EN VER QUE LOS INDIOS DE LA
SELVA DEL ENTORNO TRABAJEN EL CAUCHO Y LES PROPORCIONEN LA MAYOR CANTIDAD DE
COSAS QUE NECESITEN. CON ESTE PROPÓSITO, EL PRINCIPAL REQUISITO ES TENER UN
RIFLE Y SUFICIENTES CARTUCHOS”, CUENTA EL IRLANDÉS.
“Cuando no estaban cazando a indios, los empleadores en
todas las estaciones pasaban el tiempo echados en la hamaca haciendo apuestas”,
dice el irlandés en sus misivas tras visitar las estaciones de “La Chorrera”,
“Occidente”, “Último Retiro”, “Entre Ríos”, “Matanzas”, “Atenas” y “Sur”. “Sus deberes
(de los empleados) consisten en ver que los indios de la selva del entorno
trabajen el caucho y les proporcionen la mayor cantidad de cosas que necesiten.
Con este propósito, el principal requisito es tener un rifle y suficientes
cartuchos”.
Cuenta de esas maldades, que “los hombres eran inmovilizados
en el cepo” por días. Lo peor era que “con frecuencia los indios eran azotados
hasta la muerte”, cuando no cumplían las cuotas de caucho que debían traer a
los blancos. ¿Cómo se les flagelaba? “Los hombres y las mujeres eran colgados
por las muñecas, con los brazos amarrados detrás de la espalda; en esta
postura, con los pies colgando encima del suelo, eran flagelados en las piernas
y el dorso.” Pero “la flagelación era combinada a otras torturas diseñadas para
inspirar miedo intenso y agonía física próxima a la muerte”, refería el
diplomático a su superior. Y a otros se dejaba morir de inanición amarrados a
los cepos.
Las nativas no solo eran sirvientas sino también eran dadas
por los empleadores como “esposas” de los empleados. Dependía de los jefes de
secciones aceptar que los barbadenses se vayan a otra sección con sus “esposas”
y sus hijos o, simplemente, los abandonen.
En el ambiente se calcinaba “una deliberada falta de
honestidad”. Las apuestas eran otro abuso. Los barbadenses contratados firmaban
pagarés al perder las apuestas de juegos de dados por meses o años de salario.
Pero incluso había falsificaciones. “Hasta la ropa era apostada”, subraya
Casement.
COLOFÓN
Por su magnífico informe, Casement fue distinguido como
Caballero del Gobierno Británico. Pero en 1913, abandonó el servicio
diplomático, entre otras razones por agravarse su artritis, pero, sobre todo,
para unirse a la causa independentista de su patria, Irlanda. Así, a los Irish
Volunteers, dedicado en cuerpo y alma a este sueño nacionalista. Viaja a
Estados Unidos y Alemania, y se reúne sus ensayos y artículos en el pequeño
libro Irlanda, Alemania y la libertad de los mares: un posible resultado de la
guerra de 1914. Es apresado y, el 3 de agosto de 1916, ahorcado en la prisión
de Pentonville, acusado por la Corona Británica de alta traición.
¿Pero tuvo alguna repercusión en el Perú el informe del
irlandés? “Los resultados de la investigación de Casement se diluyeron en el
marasmo y las maniobras dilatorias de la burocracia peruana que trató de
disfrazar las atrocidades como actos patrióticos y altruistas de defensa de la
frontera y civilización de los ‘salvajes’. Los inculpados huyeron sin dejar
rastros y no hubo reos que condenar”, comenta Alberto Chirif.
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